viernes, 5 de diciembre de 2008
Comentarios al capítulo 2 de El taller de la filosofía de J. Nubiola
Decimos complejidad en tanto involucra distintas habilidades, sentimientos, emociones, etc. En el acto mismo en que estamos escribiendo se presentan todas estas instancias al unísono, transformándose en un coro de voces, muchas veces disonante, que la mente intenta dar armonía y suavidad. La cantidad de ideas que van surgiendo, unas que se superponen a otras, sentimientos sensaciones que se yuxtaponen o se imbrican, generando conflicto y tensión. El descenlace final, -aparentemente final- marcado por la impresión de las letras y el ordenamiento de las palabras y frases, dará responsabilidad al desorden; y otra cosa, aventurará respuestas o aproximaciones a las preguntas surgidas previamente o en el intertanto. Y decimos aparentemente final, puesto que la incertidumbre es acaso el móvil, el dínamo que genera el movimiento constante de nuestro pensamiento. Donde existe certidumbre total sobre algo, entonces existe quietud y anquilosamiento, ya no hay posibilidad de reflexión, luego, se termina cualquier duda, cualquier pregunta. Esta situación, sin embargo, no deja de ser hipotética, puesto que ya sabemos -y es quizá lo único sobre lo que podríamos tener certeza- que la mente humana es finita y el conocimiento que surge de ella no deja de tener nuevas agregaciones.
También decíamos que escribir se trata de un acto simple. Por cierto, escribe un joven mientras chatea o envía un correo electrónico. Esto puede ser una instancia casi cotidiana del acto de escribir; lo mismo, aunque con mayor formalidad pero no menos cotidiano (al menos hasta hace una década) es escribir una carta. Pero no es esto a lo que me refiero cuando hablo de la simplicidad del acto de escribir. Pienso fundamentalmente en cuanto a lo cotidiano que puede resultar, incluso la escritura de un texto que demande cierta complejidad.
Decía también que el acto de escribir encierra un valor para quien lo ejecuta. Tal valor, y concordamos en esto con la lectura del texto de Jaime Nubiola, radicaría en la importancia que tiene para el escritor ordenar sus ideas y replanteárselas o plantearse nuevas razones. Un escritor (cualquiera que escriba) deja de pensar exactamente lo mismo después de escribir. Incluso con una carta.
Otro punto que trata Nubiola, que nos parece relevante para reflexionar es respecto de la verdad. Imaginaba, mientras lo leía, lo que implica ser "auténtico". Auténtico respecto de lo que se dice y también sobre lo que se escribe. No creo que exista una persona que tenga coherencia absoluta respecto de su decir y su actuar. Sin embargo, pienso en cómo puede servir encontrar una correspondencia lo más cercana posible en esto. Y quien escribe también cuenta, y su "cuento" debe tener credibilidad, incluso tratándose de una novela de ciencia ficción, la más loca y extravagante historia debe tener credibilidad. Esto es akgi qye el lector hasta lo presiente, y cuando lo descubre de forma patente, desautoriza de inmediato al escritor. Una persona que escribe debe convencer, pero para convencer requiere ser honesto. Ahora, no es suficiente ser "convincente". También se requiere mantener la identidad, aquella que define en gran cantidad lo que uno es, al menos en el momento de escribir.
Dos ángulos de la Historia
Ficha Bibliográfica:
Nombre del autor: Ahumada, Illanes, Pinto, Salazar, Villalobos.
Título de la obra: “Dos ángulos de la historia, En “Cuadernos de Historia”. N°19
País: Chile (Santiago)
Año de publicación: 1999
Editorial: Universidad de Chile
Páginas o capítulos controlados: pp. 265-290.
La obra recoge un debate que destacados historiadores chilenos sostuvieron en un medio de información escrita de importante difusión. La polémica surge a partir de la publicación del libro de Salazar y Pinto “Historia Contemporánea de Chile”. A continuación resumiremos los postulados de cada uno de los intervinientes.
• María A. Illanes: La obra aludida, cumple con el importante objetivo de colocar el centro de interés en actores antes olvidados como agentes concretos (incluso protagonistas) de la construcción histórica. (“sujeto histórico”), lo que los autores llaman “clase social” (1) (Pinto), “ciudadano de base” (Salazar), opuesto a la “clase política” o dirigente, que, por medio de sus mitógrafos oficiales, ha puesto el acento exclusivamente en el actuar propio. Tal dicotomía se expresa en el “desgarramiento entre sociedad civil y Estado”, que esconde –en una relación de dominación “arriba/abajo”- el verdadero proyecto popular, constantemente “clientalizado” desde arriba, pero siempre latente en términos de su “descontento” e “instinto igualitario”.
• Sergio Villalobos: A partir de un fundamento ideológico marxista (“más inflexible en Salazar”) se insiste en teorizar aspectos sobre una realidad que no es, al exagerar el papel de “sujeto de la historia” que tendría la “masa popular” (“bajo pueblo”), desestimando la labor histórica de las elites y su “determinante” liderazgo político, económico y cultural. Villalobos intenta trazar un camino intermedio que no descuide el rol director de las elites ni tampoco la labor “anónima y silenciosa” de los demás sectores sociales. No se puede prescindir ni de uno ni de otro. Critica de Salazar, su lenguaje críptico y abstruso, coincidente con los “nuevos investigadores” carentes de una “cultura humanística” y obsesionados por la sobre-elaboración monográfica, sentando un abismo respecto del lector y por ende en la difusión de la historia. Critica también el “pluriculturismo” relativista e historicista extremo, presente en la obra de Salazar y Pinto, pues representan un peligro “desintegrador”.
• Gabriel Salazar: No existe una postura objetiva, tal pretensión –positivista- estaría ya agotada; lo que convierte en legítimas a las diferentes interpretaciones históricas como “legítimas” e inevitables. Tomar partido por los sectores populares responde a una “humanización” de la historia que favorece la integración de éstos a la vida moderna por medio de la “equidad distributiva”, legitimando así el poder. La historiografía tradicional ha caricaturizado esta “teoría del cambio social”, manteniendo la versión “neokantiana” de “la” única posible versión. (ej. Encina, Edwards, Eyzaguirre, Góngora, Vial, Jocelyn-Holt, etc.). Las críticas de que es objeto sobre su “militancia ideológico-política”, se corresponden más con el debate sobre el “fantasma” comunista durante los 70s. que en el contexto actual.
• Rodrigo Ahumada: La obra de Salazar-Pinto, en términos de su estatuto epistemológico, se haya más cercana –decididamente- a un discurso ideológico previo, que busca sustentarse instrumentalizando la historia (por medio de la “utilización” de la historia. p. 19). La ideología aludida es hegeliano-marxista, y estaría “hipotecando” la posibilidad del “saber histórico”, al colocar la historia desde abajo como el único camino para investigar los procesos históricos. Respecto de su corpus teorético, critica también el entramado construido que confunde e impide discriminar lo propiamente histórico de lo politológico (en el caso de Salazar) o de lo sociológico (en el caso de Pinto). La supuesta “novedad” de la obra comentada sería, por el contrario, una regresión peligrosa, que incluso obstaculiza el cambio social.
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“Permanecer en actitudes conservadoras y nostálgicas no conduce a nada. Es morir lentamente” (Sergio Villalobos). (2)
He decidido presentar esta reflexión del profesor Sergio Villalobos, por cuanto sintetiza de forma significativa las críticas que unos y otros –desde cada uno de los “dos ángulos de la historia”- se enrostran, a propósito de la publicación del mencionado libro de Salazar y Pinto. Tal afirmación, no obstante, bien pudo haber sido formulada –y de hecho con otras palabras lo fue- por los mismos personajes aludidos en la crítica de Villalobos, a saber: Salazar, Pinto e incluso María A. Illanes. Punto de gran importancia, pues nos señala la correspondencia de dos percepciones, que, desde sectores diametralmente opuestos, llegan a una misma conclusión respecto del otro. De hecho, Illanes fustiga a Villalobos de la siguiente forma: “Sería lamentable que el historiador Villalobos (...) viniera a alimentar con su visión de la elite mandante de la historia, ese discurso histórico oficialista, derechista y militarista que hoy se reconstruye en Chile”(3) . Y por su parte Salazar lamenta que Villalobos se acerque a la historiografía tradicional, que investiga desde el lado de las elites, “tal como Encina, Edwards, Eyzaguirre, Góngora, Vial, Jocelyn-Holt, etc.” (4)
Contado de esta forma, parecería incomprensible que sea Villalobos quien tache de conservadores y nostálgicos a sus colegas aludidos. Acaso la explicación estaría en el afán, de ciertos investigadores –según Villalobos más explícito en Salazar- de acomodar la realidad a un corpus teórico metodológico hegeliano-marxista. Atendiendo a la obsolescencia de la ideología marxista, el uso de un paradigma cercano implica –y a esto apunta también la intervención de Rodrigo Ahumada- la instrumentalización de la historia. De esta forma, y en la misma línea, Ahumada critica las limitaciones de esta episteme, que hipotecaría el “saber histórico”, colocando a la historia “desde abajo”, esto es, desde la mirada del “ciudadano”, como el único camino para investigar los procesos históricos. Tales posiciones se escaparían a la búsqueda de objetividad que debiera tener todo historiador “honesto intelectualmente” . (5) También se confunden la labor investigativa del historiador con su función social y lo que es peor –según Ahumada- el pensamiento histórico con el pensamiento ideológico, primando éste sobre aquél. Esto quedaría demostrado en la Introducción del libro de Salazar-Pinto, que coloca al historiador más como un representante político-militante de las masas que como un investigador “científico” y en este sentido, su objeto de estudio termina instrumentalizado y la realidad falsificada, en pos de la confirmación de un dogma ideológico (“Weltanschauung”).
Ciertamente el problema del “partidismo” en las ciencias sociales es un tema de permanente actualidad. Comprendería, no obstante, un universo de implicancias que van desde la aparentemente inocua negación de una ciencia objetiva y libre de valores, hasta la “inclinación a subordinar los procesos y conclusiones de la investigación a los requerimientos del compromiso ideológico o político del investigador” (6). Como bien señala el historiador británico Eric Hobsbawm, en tanto todo partidismo tiende a ubicar un adversario, vincula inevitablemente su ciencia como la “correcta” en medio de un combate contra la ciencia “incorrecta” .(7) El asunto tiene implicancias serias en la labor historiográfica, por cierto, más aún si el investigador reconoce tener un “compromiso” y supedita su labor a intereses aún de exigencias “éticas”, como sostiene Salazar.
Pero por otra parte, existe una tendencia en las sociedades liberales a idealizar al “científico independiente”, generándose también, paradójicamente, nuevos partidismos respecto a esto. Todavía más, en cierto sentido muchas ciencias como la sociología, la historia y otras ciencias sociales fundamentalmente, se han visto beneficiadas con el partidismo en los casos en que éste logró conformar un paradigma sólido de investigación. Incluso podríamos decir que esta situación contribuyó en no menor medida a modificar el statu quo mantenido antaño por aquellas disciplinas que, preciándose de ser garantes de la imparcialidad, sostenían con orgullo ser un paréntesis frente al contexto de las ideas políticas.
La postura ideológica, por lo tanto, puede contribuir al avance de la ciencia, en tanto que proporcione “un incentivo para cambiar los términos del debate científico, un mecanismo para inyectar nuevos temas, nuevos interrogantes y nuevos modelos de respuesta desde fuera” (8). En este sentido, el aporte de Salazar y Pinto podría considerarse una notable contribución a la ciencia, incluso si sus autores se postulan su propio trabajo como la vía más legítima de investigación.
Por último, queda en suspenso la aplicación del término “conservador” para los autores de la obra “Historia contemporánea de Chile”; del mismo modo como quedaría en suspenso la aplicación de tal para Sergio Villalobos o el mismo Eduardo Ahumada por el sólo hecho de sostener la importancia del liderazgo de las elites en la construcción histórica nacional. Esto explica lo equívocas que pueden ser este tipo de taxonomías. Gran injusticia se cometería con el profesor Villalobos si su ingente obra historiográfica, plagada de visiones novedosas que han constituido un aporte al debate científico a lo largo de varias décadas, fuera resumida bajo el hoy despectivo apodo de “conservador”. No obstante, el hecho de que tanto Salazar como Villalobos (y los demás interlocutores ubicados en los respectivos bandos o “ángulos”) se perciban –y acusen- recíprocamente de esta forma, constituye un hecho fehaciente, al menos, de que la disciplina historiográfica nacional no ceja de moverse.
(1) Aunque desde una perspectiva dialéctico no marxista ni combativa.
(2) Dos ángulos de la historia, En “Cuadernos de Historia”. N°19, p. 278
(3)Op. cit. p. 274
(4) Op. cit. p. 275.
(5)Op. cit. p. 281
(6)Eric Hobsbawn, “Partidismo”, En “Sobre la historia”, Ed. Crítica (de bolsillo), Barcelona, España, 2002 p. 133
(7) Continuamos citando a Hobsbawm: “... la historia de las mujeres frente a la historia machista, (la historia) de la ciencia proletaria frente a la ciencia burguesa, etc.” (idem)
(8)Hobsbawm, Op. cit. P. 144.
Las Travesuras de la NIña Mala. Mario Vargas Llosa
Ha obtenido muchos galardones literarios importantes además de los mencionados, como el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN / Nabokov y el Grinzane Cavour.
En la novela siguiente, “Travesuras de la niña mala”, tenemos una verdadera novela de amor, según su propio autor lo confiesa, su primera en este campo. En ella se entrelazan las historias de Ricardo Somocurcio, un esforzado periodista y traductor y Lily, Madame Arnoux, Otilia, etc., una tornadiza muchacha (la “niña mala”) que, desde la adolescencia, encanta a Ricardo, y le arrastra hacia su mundo de ambiciones, engaños y desengaños en un ir y venir que culminará tras cuarenta años de aventuras en distintos países, en donde, por casualidad o desgracia tal vez, se re-encuentran aunque siempre con una nueva identidad por parte de la protagonista. El amor que nació en “Aquel (...) verano fabuloso” de 1950 (pag. 9), donde en Lima, la “niña mala”, niña aún, se hacía pasar por una chilena de alta sociedad, recorrerá tantos países como identidades adquiere ésta, siempre tras la dirección que su arribismo le indica: ya sea como amante de un líder revolucionario en la Cuba de los 60s, como esposa de un diplomático francés, o de un japonés millonario sórdido y mafioso.
Por el contrario, Ricardo le ofrece el amor verdadero, pero lleno de necesidades económicas, no logra satisfacer las ambiciones de la cambiante mujer. Juntos protagonizan encuentros amorosos fugases, pero poderosos desde el relato erótico que el autor imprime en la obra. Serán además, testigos de las épocas más tumultuosas de cambios políticos y sociales ocurridos en el mundo de la segunda mitad del siglo XX, teniendo como escenarios las ciudades de Tokio, Londres, París, Madrir, Lima.
Parecieran desfilar los acontecimientos más importantes de cada década al compás de la historia tortuosa y muchas veces enfermiza de amor entre ambos protagonistas.
“Según declaraciones del propio autor, se trata de su primera novela de amor. En ella narra la relación tormentosa y enfermiza de dos amantes durante cuatro décadas, con el trasfondo de los tumultuosos cambios políticos y sociales que se vivieron en la segunda mitad del siglo XX en lugares como Lima, París, Londres, Tokio o Madrid.”
Sobre la mecánica en la naturaleza y otras meditaciones
Luego, la consecuencia inmediata de esta manera de percibir el mundo, lleva a la esquizofrénica necesidad de buscar responsabilidades. Como cada movimiento del cerrado engranaje opera según la tarea asignada a sus miembros, al momento de fallar alguno, deviene la catástrofe. De todo esto se extraen lecciones, por supuesto: una es que la falla se pudo prevenir mediante la inspección de la estructura interna del mecanismo (“prevención de riesgo”); la otra, es que todo vuelve a restablecerse con el reemplazo de la pieza defectuosa.
A riesgo de caer en la caricatura, se podría decir que nuestro mundo contemporáneo balbucea su existencia afirmado en la polea de una máquina -digital por supuesto1 - . Como en “Tiempos modernos”, cuando Charlot, el asistente de una factoría, busca infructuosamente sacar a su jefe del motor de la máquina donde trabajaba. El hombre atrapado en su invento. Esto me recuerda también a la HAL-9000, de “2001 Odisea del espacio”. El acrónimo, traducido al castellano, significa Computador algorítmico heurísticamente programado2 (Heuristically programmed ALgorithmic computer), -a mi juicio una contradicción flagrante- un procesador que es capaz incluso de interpretar razonamientos, emociones, y expresar sentimientos cercanos a lo humano, sólo que con la exactitud y perfección que le otorgan sus circuitos, en resumen, una especie de inteligencia artificial. Pero he allí el origen del problema, una máquina donde gobierna sólo la lógica, a la que se le introducen elementos de inexactitud como los sentimientos por ejemplo3, entra en contradicciones vitales que terminan en su paranoica actitud y finalmente su perdición. Tenemos acá un mecanismo perfecto, el cual, a la primera y más leve evidencia de error, desemboca en una catástrofe totalmente desatada.
O también podríamos citar la famosa intervención de Gary Kaspárov, el campeón mundial de ajedrez que, en una partida contra Deep Blue, (una computadora programada para analizar 100 millones de jugadas por segundo) comenzó a realizar movidas “ilógicas”, que escapaban a la comprensión del “pensamiento” numérico y cuantitativo del ordenador, lo cual le permitió vencer en una de las seis partidas que tuvieron4. Un año más tarde, en 1997, con Deep Blue perfeccionada, (capaz esta vez de revisar 200 millones de posiciones por segundo) Kasparov volvió a realizar aperturas conocidas por aficionados y con dudosas variantes, por no decir defectuosas. Pero la computadora no cayó en la trampa, cosa que mereció las sospechas del ajedrecista respecto de la honestidad del encuentro: ¿había una mano humana que intervenía en las jugadas de Deep Blue, y así lograba sortear este tipo de dificultades? Lo único cierto es que la IBM, empresa gestora del aparato, y patrocinadora del encuentro, subió notablemente sus acciones en la bolsa tras la derrota del ajedrecista ruso.
Volviendo a esta tensión entre máquina y hombre, ya no dentro de las variantes más extremas como las contadas más arriba, pensaba en cómo percibimos a la naturaleza inmersa en la mecánica numérica (desde Newton, podríamos decir), dejando de lado toda participación del pensamiento hermenéutico. Las cosas obedecen a una mecánica natural, ¡qué frase más contradictoria! Si es a, entonces forzosamente debe darse b y no c. Esta ficticia certidumbre lleva a las psicosis que mencionaba Alvaro en su artículo, donde tiene que haber un culpable tras un accidente, siempre “evitable” bajo los supuestos de la mecánica. En otras palabras, el acaecer carece de imprevisibilidad. Luego, todo puede ser explicado, incluso la desgracia –y por supuesto su contrario, la fortuna-. Se me dirá que exagero, pero aún cuando alguien reconoce que existen eventos librados al azar, terminará levantando hipótesis sobre la factibilidad de evitar y reducir al máximo posible la intervención fortuita (ni siquiera mencionamos divina).
En términos históricos, la cultura moderna y la revolución industrial impulsan un imaginario que coloca al hombre y su ciencia (objetivada por su método) por sobre la naturaleza. El hombre moderno descubre todo... el hombre, entiéndase bien, él solo. Y no cualquier “hombre moderno”, claro, el hombre más civilizado, el que avanzó por los caminos de la cultura más “elevada”, el que introduce el orden en la barbarie, el mismo que “descubrió” América tal como se descubre una ecuación matemática que explica la ley de gravedad, o la penicilina. Curiosamente, todos estos eventos han estado de algún modo involucrados con la casualidad: Colón se encontró con un nuevo continente que jamás pensó “descubrir”; Newton “pensó” en la gravedad tras ser golpeado por la manzana caída de un árbol, y Flemming “descubrió” el hongo penicillium formado en un cultivo bacteriano que dejó por descuido a la intemperie en su laboratorio. Por supuesto que todos son sucesos ampliamente caricaturizados, no obstante, no deja de ser significativo todo el halo de leyenda que circunda, a estos personajes y sus respectivos “descubrimientos”. El descubrimiento es una forma de apropiación que ejerce el hombre moderno: “yo descubrí tal ley de la física”. Algo que siempre existió, sólo que no había sido explicado matemáticamente, incluso esta explicación si quiera logra agotar todas las explicaciones del problema. Del mismo modo, América (por llamarla de la forma que la conocemos todos), siempre estuvo allí5, jamás fue “descubierta”.
Pero volvamos nuevamente al mecanicismo. ¿Qué sucede hoy, cuando casi todo es cuantificado y casi todo ya ha sido descubierto? Una persona que porta un GPS sabe exactamente dónde se encuentra, con precisión total. Un vehículo acondicionado con un sistema similar, previene al conductor de la presencia de congestión en carretera, anticipando la conveniencia de optar por un camino alternativo. Sin embargo, estas capacidades tecnológicas aún no son universalmente utilizadas. Jamás en mi vida me he subido a un vehículo como el que describí. Esto sitúa a su dueño en una situación de preeminencia respecto de quienes no estamos acondicionados tecnológicamente del mismo modo. De hecho, pienso que si todos tuvieran el GPS sería muy probable que la incertidumbre reapareciera en escena: supongamos que, al haber un taco en una carretera, gran número de conductores escogieran la misma vía alternativa, congestionándola también. Puede ser un pensamiento ingenuo, lo admito, pero la ingenuidad suele decir verdades a veces.
Con todo, si nos situamos en un nivel masivo, todos de alguna manera gozamos de esta búsqueda tecnológica por la certidumbre; por ejemplo: cuando salgo de mi casa de Concón por las mañanas, sé que el horario en que debiera tomar la micro para llegar al Instituto de Historia en Viña del Mar a las 8:15, es 45 minutos antes. Y esto considerando los atochamientos de las 7:50 en Reñaca y 10 minutos más tarde en Libertad.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando interviene un acontecimiento extraño a todas estas previsiones? Hace un par de días un derrumbe en el camino antes de llegar a Las Salinas, detuvo el tránsito durante más de 40 minutos. Esa mañana tomé la locomoción a la hora prevista, según el tiempo calculado. La naturaleza dijo otra cosa. Un pasajero, que aún no se resignaba de su retraso en el trabajo, le dijo al chofer: -pero este cerro debieran cubrirlo con mayas para evitar que se desprendan piedras sobre la vía-. Recordé inmediatamente lo que decía Álvaro: el miedo ante el azar, ante lo imprevisible, sólo es sofocado por la existencia de un responsable bajo el supuesto –ficticio- que hay una mecánica que permite prevenirlo.
Ese día llegué tardísimo a mi clase. No entré por respeto a sus concurrentes y al profesor. Esperé los minutos que restaban para el término de la hora en la puerta del castillo. A un costado, el jardinero, muy paciente, terminaba su arreglo en un rosal. Mientras barría la tierrita removida que había caído fuera, justo arriba, el fruto de un árbol se dejó caer con gran fuerza junto a unas ramas que pasó a llevar en su camino, rompiendo las rosas y desparramando toda la tierra. Volví a reflexionar sobre el tema. La naturaleza había vuelto a decir que no al orden que impone el hombre. Eso es, la naturaleza tiene explicaciones físicas o matemáticas, pero éstas no agotan el conocimiento total que tengamos de ella. Es posible prever ciertas cosas, la historia del hombre en cualquier cultura que haya superado el estadio de cazador recolector trata de cómo calcular las estaciones, de cómo domesticar a los animales para su sustento, etc. El hombre introduce un orden (cultura) en la naturaleza. Pero este orden yo lo entiendo bajo la aceptación de que lo perfecto surge de una relación en donde la última palabra no la da la cultura. Pienso en una historia que contaba Jodorowsky: un monje budista recibe de su maestro la orden de limpiar el huerto del monasterio. Con mucha dedicación podó las hojas de los árboles, barrió el suelo, regó donde había que regar, etc. Cuando llegó el maestro a inspeccionar, dictaminó que aún no estaba todo en orden. El monje prosiguió con más acuciosidad aún hasta no dejar nada fuera de posición. El maestro regresó y exigió a su discípulo todavía más perfección en su labor. Una hora después, cuando el monje ya no sabía qué más hacer, el maestro tomó con fuerza el tronco de un árbol y lo sacudió dejando caer unas hojas: -ahora sí está perfecto el huerto- concluyó.
¿Acaso el pasajero de la micro donde viajaba, que llegó tarde a su trabajo, habría dicho lo mismo? –Ahora sí está perfecto el cerro-. O –bien, esto es así, hay que aceptarlo-. Quizá esta última respuesta habría sido más sensata, más sabia. ¿Y el jardinero? ¿qué creen que hizo tras ver su trabajo de horas destrozado? El jardinero, en cambio, y acaso por estar más cercano a la naturaleza –los que nos relacionamos casi exclusivamente con el cemento de la ciudad no-, dedicó unos segundos para mirar de dónde vino la rama que arruinó su trabajo, luego, con el rostro impasible todavía, lo mismo como hubiera hecho un griego piadoso de la época de Hesíodo, tomó su rastrillo y comenzó todo de nuevo.
1 El hecho que la tecnología actual sea casi totalmente digital no implica que lo mecánico carezca de valor incluso para la metáfora. No hay que olvidar que en el film de la obra que mencionaré más adelante, (“2001 Odisea del espacio”) el protagonista vence a la computadora más avanzada con un simple destornillador. Lo mecánico no deja de tener sentido.
2 Aunque algunos han señalado que la sigla no sería otra cosa sino un remedo de la IBM, sólo que retrocediendo en cada letra un lugar en la gradación alfabética.
3 Esto me recuerda la frase de B. Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.
4 En esa oportunidad el puntaje total fue a favor de Kasparov por 4-2.
5 Sobre la aplicación de esta mentalidad en el evento histórico, mal llamado “descubrimiento de América”, se puede consultar una preciosa obra de Edmundo O´Gorman titulada “La invención de América”. Señala en una parte: “Los viajes de Colón no fueron, no podían ser viajes a América, porque la interpretación del pasado no tiene, no puede tener, como las leyes justas, efectos retroactivos.”
sábado, 29 de noviembre de 2008
Reflexión en torno a la "Ética del intelecto" de Susan Haack
Muy poco se alienta al estudiante a investigar en torno a ideas propias, llegar a conclusiones propias, y lo que es más difícil todavía, hacerse preguntas sobre el tema que se expone. Siempre resultará más fácil dar respuestas a los problemas, que formular las preguntas adecuadas que no sólo lleven a encausar la problemática de la investigación, sino que también pongan en duda los supuestos e hipótesis que subyacen a ella. Es éste un tema presente en el texto leído que más resalta. La tarea de investigar supone, por lo tanto, un interés más que por las hipótesis que se pretende demostrar, por la búsqueda de la verdad. En otras palabras, implica una suerte de pérdida del ego del investigador. Éste pasa a ser un puente entre la elaboración propia y la búsqueda o los acercamientos a los temas tratados por él y por otros más. La personalidad del autor, en este sentido se va perdiendo, va desapareciendo de cierta forma, en pos de un objetivo mayúsculo, que levantan sobre sus hombros aquellos investigadores, que, al igual que él, han seguido tal labor investigativa. Acá, nuevamente remarcamos, lo más importante es el saber y no la persona (el investigador considerado individualmente).
Esto último tiene relación también con la idea de ejercitar trabajos colaborativos, más que individuales. A continuación lo explicaré mejor: una persona que estudia o investiga sola carece de la posibilidad de adquirir nuevas perspectivas respecto de su estudio en comparación con otra persona que comparte sus experiencias con sus pares bajo la intención de ser criticado, contradicho, felicitado, reafirmado, en resumen, enriquecido por nuevos discursos. El hecho de ser leído por otro, obliga al escritor a orientar su trabajo a este tan básico y evidente hecho: escribo para ser leído. Luego sobreviene la siguiente pregunta: ¿para ser leído por quién? Y las tentativas respuestas: ¿por un grupo selecto de “lectores especialistas”? ¿por un profesor que guía una tesis? ¿por los lectores de una página web en que publico? Y tras estas preguntas pondríamos, por supuesto, un largo etcétera.
Otro fenómeno de relevancia que es abordado por Susan Haack, es el llamado tema del economicismo en las ciencias sociales, específicamente en la filosofía, pero que en toda el área de las humanidades es ostensible. Al respecto, un historiador chileno, Mario Góngora, ya en la década de los ochenta, hacía un clamoroso llamado de atención, y da un ejemplo de la aplicación de la noción mercantil de competencia en viejas instituciones como las universidades, que, a partir de la Ley General de Universidades de 1980 en Chile, implica que “una institución (como la educativa) es repensada como empresa en competencia con otras empresas que pueden crearse con un criterio muy liberal; el aporte fiscal irá disminuyendo, y creciendo en cambio el autofinanciamiento por los alumnos, que pagarán el costo de la docencia posteriormente, durante el ejercicio de su profesión. La Universidad, siguiendo la tendencia mundial, atiende más a las profesiones científicas de modelo matemático-físico y biológico, que a las humanidades”[1], obviamente esta situación se debe a la rentabilidad perseguida en el contexto en que se vive.
Si bien, Susan Haack aborda esta última temática desde el campo de las investigaciones y cómo éstas se han ido corrompiendo, por decirlo de algún modo, a partir de este tipo de razonamientos economicistas, es también cierto que desde un punto de vista más global, la ingerencia de la economía –y específicamente la economía de mercado- ha introducido en todos los ámbitos no sólo las nomenclaturas propias de su disciplina orientada hacia la oferta y la demanda en contexto de desregulación absoluta, sino también la ecuación que define un trabajo no por su calidad per se sino más bien por los términos de su rentabilidad.
Por último, un pensamiento para terminar. En el texto leído aparece constantemente la expresión “búsqueda de la verdad”. No cabe duda que la autora ha querido reforzar una idea que contradiga al relativismo respecto de la verdad. Ahora bien, por momentos siente que la verdad pareciera ser una falacia, como lo son un sinnúmero de valores, no obstante es del todo preferible creer en ellos, incluso si no fuesen reales, pues bien conforman el dínamo que mueve nuestras vidas y da sentido a algo que de lo contrario sería espantosamente inerte. El pensar que se busca la verdad, el creer, sinceramente que se accederá a ella (o al menos se intentará un acercamiento), implica ya un trabajo de nobleza que supera con mucho cualquier tipo de cinismo, incluso, si esa tal verdad, no existiese.
[1] Mario Góngora, “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los ss. XIX y XX”. Ed. Universitaria. Santiago. Chile, 1990, p. 263.
En torno a la idea de pensar y escribir propuesta por Julián Marías
Paulo Freire, en un libro cuya traducción al castellano conservó la estructura del texto: “Cartas a quien pretende enseñar”, nos muestra la importancia que reviste el adueñarse críticamente de un texto y asumir a su vez el contexto “tomando distancia de la realidad”[1].
Adentrémonos un poco en esto: en primer lugar, Paulo Freire distingue entre aquellos elementos sensoriales, que podríamos catalogar como un tipo de conocimiento surgido desde la experiencia, desde lo cotidiano, y aquel conocimiento ordenado, sistematizado que forma parte del saber académico o escolar si se quiere. Estos dos tipos de conocimientos –el cotidiano y el académico-, Freire los entiende como un todo inseparable que conformaría la sumatoria de un saber, esto quiere decir que, sin querer plantear una supuesta superioridad de uno respecto del otro, entendemos que ambos son importantes a la hora de pensar algo, o reflexionar sobre algo. En este sentido, el punto de partida o inicio hacia la lectura del mundo que propone Freire, es el conjunto de saberes surgidos de la experiencia sensorial, de la vida cotidiana, de lo vivido, pero que también –para considerarlo dentro de un conocimiento más global- debe ser pensado, meditado, leído.
Partimos por lo tanto, de un conocimiento de lo vivido, un “cognitio in acto exercito”, o sea, como dice el profesor Jorge Eduardo Rivera, un “conocimiento que se obtiene por medio de la ejecución de una acción humana”[2], pero que, a su vez, es pensado desde fuera, al tomar distancia frente al hecho mismo, o como diría Freire, al realizar la lectura de tal hecho.
Este acto que acabamos de describir resulta particularmente importante a la hora de reflexionar. El reflexionar, o el pensar surgen entonces de la facticidad que es el vivir, la realización de ese “acto ejecutado”. El mismo Rivera reflexiona a propósito del título de un curso ofrecido por Heidegger en 1923 llamado “Ontología. Hermenéutica de la facticidad”, y adelanta la idea siguiente: la vida vivida es traducida en palabras, o sea, es “dicha”, es “contada”, yo agregaría también, es leída.
Pensemos ahora sobre este acto de traducción de un suceso vivido a palabras, que Rivera asocia -siguiendo a Heidegger- a la hermenéutica, que es, en última instancia, aquello que conforma la mencionada “ontología”. El acto de traducción, de traer algo vivido y describirlo en palabras, que es lo que definen nuestros citados autores como hermenéutica sugiere un camino que se ejecuta desde la comprensión de los sucesos descritos. La palabra hermenéutica proveniente de Hermes, divinidad griega relacionada con el comercio, pero también con la comunicación entre los tres mundos conocidos: la vida de los mortales, el submundo de las sombras –según la escatología clásica- y el mundo divino de los dioses sempiternos. Hermes transporta las almas de los muertos al Hades, de ahí su apodo de “psicopompós”; y al mismo tiempo lleva a los humanos los mensajes de los dioses, por lo cual se le llama también “ángelos” (mensajero). Esto último le capacita para traducir lo divino al lenguaje de lo humano y viceversa. De ahí que la hermenéutica implique, de algún modo, codificar un mensaje, ya sea para explicarlo (escribirlo, digamos) o para leerlo desde algo ya escrito.
Volvamos ahora a aquello que llamamos acto reflexivo. Esto es lo que Freire llama “lectura del mundo”, y que implica al mismo tiempo una instancia de meditación que parte de este “tomar distancia”.
Cuando vivía en Punta Arenas –ciudad donde de hecho nací- jugaba con un amiguito en la playa del Estrecho de Magallanes. Lo subrayo, pues por mucho tiempo no tuve noción de la importancia de este hecho, ni tampoco me pareció significativo el pequeño tamaño de las olas, ni lo frío de sus aguas hasta que conocí Con-cón y luego de observarme, ahí –en mi recuerdo- arrojándo piedrecitas en el estrecho; esto es, luego de “tomar distancia”, recién ahí vine a percibir la singularidad de este suceso y a realizar mi “lectura del mundo”. En definitiva, tal lectura es levantada a partir de una experiencia aconteciente, vivida, pero que no se queda en tal hecho (de lo contrario, siguiendo mi ejemplo, las aguas del estrecho jamás hubieran sido “pensadas” por mí, sino que a partir de la toma de distancia es meditada y además traducida:“hermenéutica de la facticidad”
Ahora bien, ¿qué sucede cuando se lee un texto escrito? Nuevamente se parte desde lo vivido. Es difícil comprender un texto desde aquello que no se ha experimentado antes. Cómo entender la poesía de Ovidio –que a mí tanto me gusta- si antes no se ha sentido –y padecido también- amor por una mujer (o por un hombre según sea el caso). Ahora bien, cada palabra escrita sugiere algo, algo que ha querido decir el autor, pero también algo que es levantado desde nosotros mismos, a partir de nuestra experiencia (única e irrepetible) que enriquece el diálogo sostenido con el texto que leemos. Precisamente lo que sugiero acá –también Julián Marías lo señala- es que leer implica dialogar. No existe un texto que nos entregue, a la vez de lo que está contando, su interpretación, es decir, lo que el autor quiso decirnos, a cada paso a medida que avanza. Esto es algo que surge de nosotros mismos, por lo que el texto está ahí como punto de partida y es lo que hace que un libro varíe con el tiempo, no sólo de un lector a otro, sino también para un mismo lector en distintos períodos de su vida. Esto convierte también al lector, en escritor del libro que lee. Por cierto que esta afirmación no es mía, ya lo dijo Borges, Umberto Ecco, etc., sin embargo la comparto a cabalidad.
¿Qué hacemos, pues, cuando leemos? Nos preguntamos sobre lo leído, discrepamos, dudamos, afirmamos, etc., en otras palabras, caminamos hacia la incertidumbre. A su vez, la importancia de la pérdida de certidumbre frente al conocimiento, implica un avance continuo de nunca acabar. Acaso podríamos decir acá, que la hermenéutica es constante; o sea, podemos hacer siempre una hermenéutica de la hermenéutica, lo que Umberto Eco ha llamado “semiósis ilimitada”.
Digamos que, de algún modo, se deja de pensar desde el momento en que se cree que se ha finalizado el proceso, o se ha agotado tal investigación, en resumen: cuando se cree que se alcanza la certeza total respecto de algo, esto implica que lectura, escritura y pensamiento conforman un todo indivisible. Por todo esto, considero que la lectura y la escritura, son dos fases que no pueden ser separadas.
[1] Paulo Freire, Cartas a quien pretende enseñar” (su título original, en portugués: “profesora sim; tia nao”), Ed. siglo XXI, Madrid, España, 1997, p. 35
[2] Jorge Eduardo Rivera Cruchaga, “Itinerarium cordis. Ensayos filosóficos”, Brickle Ediciones, Santiago, Chile, 2006, p. 32
martes, 11 de noviembre de 2008
PRIMER ENSAYO. “Surgimiento del homo sapiens bajo dos enfoques distintos”
A continuación, abordaremos en este ensayo dos miradas distintas respecto del mismo asunto en pos de demostrar cómo se ha ido desarrollando, a lo largo de la existencia humana, que tiene su punto más alto, para la prehistoria, con el surgimiento del homo sapiens, binominal nombre de esta especie, que designa a la familia de los homínidos, surgida al norte de África (Kenya, probablemente) hace más de 3 millones de años.
Nuestro primer enfoque que abordaremos estará centrado en la así llamada “visión realista” respecto de la diferenciación entre el hombre y los demás seres vivos. La característica más importante del hombre acá, está dada por su condición de animal de rapiña que domina el mundo en base a sus características fisiológicas o físicas y mentales. La visión del hombre que se enseñorea frente a los demás seres inferiores, señorío que le viene a partir de su inteligencia, encierra, pese a describir una realidad innegable, una interpretación sobre su posición que le colocan en una instancia de preeminencia –¿que acaso podríamos juzgar de aristocrática?-. Para representar de modo más gráfico esta interpretación hemos escogido la reflexión que de ello hace el pensador alemán Oswald Spengler, que caracteriza el poder del hombre de esta forma: “El mundo es la presa; y de este hecho, en último término, ha nacido toda la cultura humana”[1]
Tal posición, no obstante, refleja no sólo el sentir de un paradigma determinado, o de alguna escuela filosófica o antropológica, puesto que tanto desde el marxismo, hasta el judeocristianismo, se ha sostenido esta lectura, que –digámoslo- facultan al hombre a destruir su entorno con el pasaporte que le otorgan su superioridad o señorío. De hecho, podríamos reflexionar (a riesgo de escaparnos de nuestra temática) sobre la emergencia de una mentalidad ecológica; emergencia que, ni aún en la Biblia podríamos encontrar. Si parafraseamos al Génesis, tenemos que el hombre, ya expulsado del Jardín del Edén se enseñoreará y dominará a los demás animales, como forma de imposición dada por la divinidad.
Ahora bien, ¿cómo es posible evidenciar esta superioridad, en términos materiales? Si retornamos a nuestra lectura de Spengler, diríamos que esta fuerza, este destino, se expresan de manera singular en el hombre a través de la técnica. No obstante, hace la salvedad el autor citado, no se trata de una “técnica de la especie”[2], pues ésta pertenece a todos los animales y es instintiva, lo que implica que no varía con el tiempo, no se perfecciona ni desarrolla; en otras palabras, no se aprende. En cambio, la técnica de los hombres surge de su capacidad de pensamiento, que no ignora, como sí sucede con el resto de los animales, tanto su pasado como su futuro, que siente, frente a estas categorías temporales, tanto arrepentimiento como preocupación. El cuidado de los hijos por parte de su madre, vienen dados por un instinto y además por una preocupación, que prevé en el futuro ciertos potenciales riesgos, puesto que además tiene conciencia de la muerte. Esto convierte a la técnica, creada por el hombre, en “consciente, voluntaria, variable, personal, inventiva” [3] y consiguientemente, perfectible y que se aprende. Es lo que le convierte –al hombre- en “creador de su táctica vital... y la forma interior de esa vida creadora llamámosla cultura...”[4]
Aparecen aquí, la cultura surgida como un artificio, de exclusiva invención humana, amparada en su capacidad técnica, inspirada, a su vez, en la posibilidad de ser un animal superior, puesto que es un ser pensante. La imagen más representativa de esta técnica, junto con determinadas características fisiológicas (extensión de los dedos de la mano, independencia del pulgar, movilidad y adaptación de esta extremidad para tomar cualquier objeto con firmeza, etc.), nos evoca el film “2001. Una odisea del espacio” dirigida por Stanley Kubrick: el hombre, mitad mono, golpeando con un hueso (su herramienta) al animal que ha cazado, representa un salto cualitativo de extremada potencia, y que metafóricamente en el film se ve en el momento en que este “hombre-mono” arroja su herramienta al cielo y la imagen fílmica va trastocándolo en una nave espacial que navega en el firmamento y se aventura de galaxia en galaxia. La tecnificación extraordinaria que pudiera alcanzar este evento, nos muestra esta película, tiene su máxima referencia en la computadora HAL – 9000[5], la cual, sin embargo, al cabo de una falla sistémica, se torna en contra de la tripulación de la nave[6].
Hasta aquí nuestro enfoque que hemos llamado “realista”. Pasemos a continuación a describir la interpretación, que seguimos de un autor proveniente del mundo de la ciencia, a saber: Humberto Maturana[7].
El neurobiólogo chileno, postula que, tanto el linaje del chimpancé, como el de nuestros antepasados que dieron origen al humano, se han separado en alguna etapa de la evolución, tentativamente diríamos, hace unos cinco o seis millones de años. Tal situación, en que se escinden ambos linajes, vendría, sin embargo, no de la capacidad humana de raciocinio, sino más bien de eventos vinculados al emocionarse en ámbitos de cooperación, no de competencia ni de relaciones de sometimiento, como sí ocurre con los chimpancés. Esta capacidad de reconocer al otro como otro legítimo en un ámbito de convivencia –parafraseando a nuestro último autor-, tendrían como consecuencia, la capacidad de “lenguajear” del ser humano, y por lo tanto, la ampliación o expansión de su inteligencia. Este viraje, según Maturana, habría tenido inicio hace más de tres millones de años, cuando el “bipedalismo y neotenia se establecieron”[8], probablemente al mismo tiempo. La neotenia, está definida como “la conservación de la progresiva expansión de las características de la infancia en la vida adulta...”[9] Estas características estarían, a su vez, notablemente condicionadas bajo un ambiente de aceptación mutua y cooperación, en la intimidad del núcleo proto-familiar (que podría variar tal vez entre 5 a 8 individuos) y que representan –de ahí el nombre neotenia- la prolongación en el tiempo de la relación materno-infantil, tanto en la juventud como en la vida adulta de nuestros antepasados. Bajo esta óptica, el lenguaje tiene su ambiente dado para surgir, esto es: cercanía de los individuos, el “placer de la convivencia”[10] y el “emocionar que es el amor como dinámica relacional de cercanía sensual...”[11].
En otro sentido, y contrastando con la lectura anterior, vemos que la capacidad inteligente del hombre surge, gracias a este ámbito de cercanía en donde la utilización de la mano, por ejemplo, aparece no como una mera facultad de manipulación de herramientas, sino también como la posibilidad fisiológica de amoldarse “a cualquier superficie curva del cuerpo en una caricia”[12]. Esto es, la mano de nuestros antepasados, diferente de la de los chimpancés, otorga esta posibilidad de establecer un lenguaje de cercanía y co-presencia en donde el compartir facilitan este lenguajear, que no es otra cosa sino el conversar. La inteligencia, por lo tanto, es la consecuencia de tales condiciones operadas en nuestros antepasados, y que constituirían la más notable característica de nuestro linaje humano en una determinada manera de vivir.
En conclusión: el hombre es un animal capaz de pensar, lo que le diferencia de los demás seres vivos. Es un ser creador voluntariamente, de ahí su destreza técnica susceptible de desarrollarse en el tiempo. Se enseñorea frente al mundo –incluso, podríamos agregar, establece señorío sobre otros hombres, pero tal situación sería materia para otro ensayo-, no obstante, tal ámbito de relaciones estarían relacionadas no con su capacidad de inteligir, puesto que las relaciones de sometimiento y manipulación forman parte–según Maturana nuevamente- de la vida de los chimpancés. La inteligencia vendría, y nos inclinamos por esta última opción, de la capacidad de establecer vínculos y cercanías en convivencia con los otros, en contextos de respeto mutuo y aceptación. Diríamos, para concluir, que la forma de encontrarse uno mismo –como ser pensante, inteligente y reflexivo-, radica, en último término, en la capacidad de encontrarse en el otro, pero tal cosa escapa también a nuestro estudio propuesto.
BIBLIOGRAFÍA.
Bunge, Mario “La ciencia. Su método y su filosofía”, editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997
Spengler, Oswald. “El hombre y la técnica. Y otros ensayos”. Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1947.
Maturana, Humberto. “Formación humana y capacitación”, Ed. UNICEF CHILE / DOLMEN. España, 200
[1] Spengler, O. “El hombre y la técnica. Y otros ensayos”. Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1947, p. 25. El resaltado con cursivas pertenece al escrito original.
[2] Spengler, op. cit., p. 27. Las cursivas son del autor.
[3] Ibid. p. 29
[4] Idem.
[5] Es ésta, la última generación en computadores, es capaz, incluso de tener sensaciones cuasi-humanas, sin perder el grado total de perfección que su modelo avanzado le otorga.
[6] Finalmente será desactivada, paradójicamente, con un simple destornillador, ironía que refleja que tal grado de tecnificación, no logra escapar de la simplicidad que implica un objeto semejante al hueso usado por el mono, millones de años antes.
[7] Nos basaremos principalmente en una conferencia dictada por el doctor Maturana en mayo de 1994 y que aparece en el apéndice del libro “Formación humana y capacitación”, Ed. UNICEF-CHILE / DOLMEN, España, 2002; bajo el título de “El origen de lo humano” (pp. 123 a 153)
[8] Maturana, H. op., cit., p. 128.
[9] Ibid. p. 135.
[10] Ibid., p. 132
[11] Idem
[12] Ibid., p. 129