viernes, 7 de noviembre de 2008

Mitología de la memoria y del olvido en la Grecia Antigua



La conquista del pasado, emprendida por el hombre (en tanto ser individual como colectivo) a partir del manejo de un recuerdo, adquiere un profundo sentido simbólico que va más allá de la simple rememoración de una historia. El recuerdo (anamnesis) del pasado en la antigüedad aparece vinculado, contrariamente a lo que cabría suponer, a la atemporalidad, a un salirse del tiempo e incluso equivaldría a establecer una unión con lo divino[1].

Ciertamente no es casual que la memoria haya sido para los griegos una divinidad –Mnemosyne-, ligada a las nueve Musas, a quienes dio a luz, según Hesiodo: “como olvido de males y remedio de preocupaciones”[2]. Es Mnemosyne una diosa de la raza de los titanes, hija de Uranos y de Gea, hermana de Cronos y Okéanos, y en su vinculación con las Musas, preside la función poética. Como tal, es portadora de un conocimiento significativo de lo eterno, que ayuda al poeta a remontarse a un pasado “primordial”; sus hijas, rumoroso coro de nueve bocas, tienen el don heredado que permite asistir al poeta en su canto de los hechos heroicos o delos inicios del mundo[3]. Pero, ¿por qué las hijas de la memoria ofrecen un “olvido de males”? Indudablemente la rememoración que auspician las Musas no se limita a reproducir simplemente el pasado –y acaso también el presente y el futuro[4]-, sino que lo recrean placenteramente, omitiendo u ocultando ciertos hechos desagradables, pues saben “decir muchas mentiras con apariencia de verdades y (cuando lo quieren), revelar la verdad”[5]. Etimológicamente, la palabra lesmosyne (“olvido”), que conserva la raíz de otra más reciente y de igual significado, léthe, hace un juego –que no deja de llamar la atención- con su antónimo mnemosyne[6]. La evocación del pasado tiene por contrapartida el “olvido” del tiempo presente, y más aún, de la dimensión terrenal, pues el pasado, en tanto pasado “primordial”, no tiene cabida en el mundo humano, sino que forma parte del más allá. Es, por tanto, Mnemosyne quien sirve de “puente y a la vez, “otorga al aedo la posibilidad de transitar libremente entre ambos mundos”[7]. De esta forma la anamnesis aparece como un rito iniciático, que permite al poeta, como en el caso de Hesíodo, una vez poseído por las Musas, liberarse de las desgracias que aquejan a su época del “hierro”, y evadir su presente de angustia y miseria, pues, como señalábamos más arriba, ellas son”olvido de males y remedio de preocupaciones”.
Y ¿qué sucede cuando este pasado (cosmogónico, teogónico, etc.) se “olvida”? La palabra léthe aparece en la mitología griega vinculada con el reino de la Muerte; por cierto, Leteo es un río –en algunas versiones una fuente, laguna o manantial- del Hades, morada de los difuntos, esto es, “aquellos que han perdido la memoria”[8], que, en el momento del último hálito, dejan escapar su alma (psyque), para convertirse en “sombras”. Por el contrario, aquel que logra conservar su memoria en el Hades, puede trascender a su condición de mortal. Tal es el caso, aunque de manera excepcional, de Tiresias[9], sabio adivino, Anfiarao y Etálida, hijo de Hermes, el que le concede una “memoria inalterable” en su afán de hacerlo inmortal. Pausanias, refiriéndose al oráculo de Lebadea[10], menciona cómo el consultante representa una especie de simulacro que pretende simbolizar un descensus ad inferos, donde, bebiendo de la fuente llamada Leteo, olvida todo acerca de su vida humana. Así realiza su ingreso para luego beber de otra fuente: Mnemosine, con lo cual conserva el recuerdo de todo lo que había visto y oído en el “otro mundo”. De esta manera, a su regreso, tenía conocimientos, por su contacto con el más allá, del pasado y del porvenir.
Un notable cambio se percibe en las categorías de memoria y olvido con la aparición de nuevas doctrinas relacionadas con la metempsícosis o transmigración de las almas. Mnemosyne pasa del plano de la cosmogonía a la escatología: ya no inspira el recuerdo de los orígenes del cosmos y del tiempo primordial, sino que se enfoca en las “existencias anteriores personales”[11], los avatares de sus reencarnaciones, la existencia individual. En medio de este viraje, se trastocan los significados de Hades, mundo terreno y Leteo, encontrando una nueva connotación: las características de reino de desolación, olvido y sombras, pertenecientes a la morada de los difuntos, son ahora atribuidas al mundo de los vivos; las aguas del olvido ya no reciben al alma para despojarla de su conciencia terrestre, sino que borra el recuerdo del más allá en el alma que pretende volver a la tierra par reencarnarse. El Leteo deja de ser el ingreso a la muerte para transformarse en el regreso a la vida. Pero es importante advertir que este regreso a la vida implica una ignorancia de la existencia total del individuo, que permanece en esta rueda de la fatalidad, de los ciclos de nacimientos inexorables, olvidados al retornar con otro cuerpo. Sólo por medio de la Memoria le es dado al hombre escapar de este “triste ciclo de sufrimientos”[12].
El desarrollo de estas doctrinas es posible encontrarlo en filósofos como Pitágoras, Empédocles, algunos pasajes de Platón y fundamentalmente en las sectas órficas delas que se han encontrado tablillas de oro con instrucciones para enfrentar el camino del más allá luego de haber tenido una preparación durante su existencia terrena. Así, el alma debe cumplir un ciclo necesario de reencarnaciones, donde paga el precio por sus faltas –necesidad de castigo y purificación- a consecuencia de su origen –“calamidad primordial” por su ascendencia titánica- más que por una culpa individual[13]. Esta doctrina del ciclo de nacimientos del orfismo, ofrece la posibilidad de escapar definitivamente de la reencarnación, sólo en el caso de las almas purificadas, que podrán beber del agua de la Memoria, alcanzando el estado de divinidad perfecta: “Tú serás dios y no mortal”, tú te has convertido de hombre en dios”[14]. En todos estos casos la memoria consiste en acordarse de las existencias anteriores y fundamentalmente lograr la inmortalidad, “salirse del tiempo”. Empédocles decía: “He sido ya en otro tiempo un muchacho y una muchacha, un matorral y un pájaro, un mudo pez en el mar”[15] y agrega: “Estoy liberado para siempre de la muerte”. La anamnesis, permite entonces, unificar los fragmentos de historias individuales hasta llegar a la primera existencia terrestre y verificar así la manera como se desencadenó el proceso de transmigración .
Platón, que ciertamente está al tanto de estas tradiciones sobre la memoria y el olvido, hace el acomodo suficiente como para adaptarlas a su sistema filosófico. Para él, aprender es equivalente a recordar[16]. Las almas, que en un primer instante habitan las alturas de la región celestial, pueden en algún momento caer a la tierra, “cuando por algún extravío funesto, llena del impuro alimento del vicio y del olvido, se entorpece y pierde sus alas”[17]. Entonces entran en contacto con lo corpóreo y se ven forzadas a tener una existencia material en la tierra. Una vez caída, el alma no puede retornar al cielo sino después de haber cumplido con un período de diez mil años de reencarnaciones[18]. A todo el que ha practicado la justicia en vida, le espera después de su muerte un destino más alto; el que la ha violado, cae en una condición inferior. Sólo hay una excepción que escaparía al ciclo de años y castigos, que sería el alma del filósofo, dotada de una facultad, que “no es otra cosa que el recuerdo de lo que su alma ha visto, cuando seguía al alma divina en sus evoluciones; cuando, echando una mirada desdeñosa sobre lo que nosotros llamamos seres, se eleva a la contemplación del verdadero Ser”. Y continúa: “El hombre que sabe servirse de estas reminiscencias, está iniciado constantemente en los misterios de la infinita perfección, y sólo se hace él mismo verdaderamente perfecto”. En resumen, para Platón, entre dos existencias terrestres, el alma tiene la posibilidad de contemplar las Ideas. Sin embargo, al beber de la fuente del Leteo se olvida de este conocimiento; acá, pues, ya no se trata de un olvido de existencias anteriores, de tal forma que la anamnesis operará sobre el recuerdo de las “Verdades”.

Hay, entonces, en Grecia, dos categorías correspondientes a la memoria: por una parte, aquella que se vincula a lo cosmogónico, teogónico, genealógico, que tiene que ver con los “acontecimientos primordiales”[19]; por otro lado, existe una memoria que se refiere a los acontecimientos personales, de una historia individual. Sobre ambas, el olvido ejerce su poder “destructivo”, salvo en los casos excepcionales de: para la primera, los poetas que poseídos por las Musas, logran evocar los hechos de los orígenes, en lo que Eliade llama “profetismo a la inversa”; para el caso de la segunda memoria, los que, como Pitágoras, Empédocles y las sectas órficas, logran mediante una vida rigurosamente ascética, recordar sus existencias anteriores. Incluyendo el pensamiento de Platón, podemos concluir que el lugar al cual apunta la memoria, es una existencia fuera de los límites de lo temporal, en el ámbito de algo trascendente, en el mundo de lo que Platón llamaría la “Verdad”.
A propósito, quisiera hacer un último alcance con respecto al significado del término léthe (“olvido”). La palabra griega que designa lo contrario no es, curiosamente, “memoria” (Mneme), sino alétheia[20], es decir, “verdad”.
[1] Aclaremos que la identidad existente entre memoria, rememoración, inmortalidad, liberación y trascendencia –por un lado- y olvido, ignorancia, cautividad y muerte –por otro-, ya ha sido ampliamente tratada por Mircea Eliade en un estudio comparativo de distintas sociedades arcaicas y clásicas. (Véase “Mito y realidad”, ed. Labor, España, 1992, pp. 81 a 146). Por su parte, Jean-Pierre Vernant, demuestra concluyentemente el valor que tuvo en Grecia el conocimiento del pasado en la construcción de una perspectiva atemporal. (cito “Mito y pensamiento en la Griecia antigua”, ed. Ariel. España, 1991, pp. 89 a 134.)
[2] Hesíodo, “Teogonía” v. 55. Recomiendo, para las obras clásicas mencionadas, las editadas por Gredos, que además de incluir ediciones críticas y anotadas, mantiene la geografía del texto al enumerar los versos, lo que permite identificar rápidamente el lugar que se desea buscar.
[3] Véase en Homero, “Ilíada” Libro I, versos iniciales. También en el llamado “Catálogo de las naves”, op. cit. Libro II vv. 484 y ss.; y en “Odisea” I versos iniciales también.
[4] Cito la “Teogonía” v. 32 y 38: “...ella (Mnemosyne) conoce todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será”.
[5] “Teogonía” vv. 28 y 29.
[6] Un buen comentario sobre esto lo encontré en Carlos García Gual, “Diccionario de mitos”, p. 238.
[7] J-P. Vernant, op. cit., p 96 y 97. Mircea Eliade, op. cit., p. 129. Para Vernant, olvido es un agua de muerte, nadie puede, sin haber bebido en ella –o sea, sin haber perdido el recuerdo y la conciencia-, abordar el reino delas sombras.
[8] Mircea Eliade, op. cit., p. 129. Para Vernant, olvido es un agua de muerte, nadie puede, sin haber bebido en ella –o sea, sin haber perdido el recuerdo y la conciencia-, abordar el reino delas sombras..
[9] Para la historia de Tiresias se puede consultar Homero, “Odisea” Libro XI, vv. 35 y ss.
[10] Pausanias, “Descripción de Grecia”. IX, 39
[11] M. Eliade, op. cit., p. 130
[12] J-P. Vernant, op. cit. p. 100
[13] Véase W. K. C. Guthrie, “Orfeo y la religión griega”, ed. Siruela. España, 2003, p. 224
[14] Tablilla de Turios (s. IV-III a. C.), citado por Guthrie p. 232.
[15] Empédocles, “Purificaciones” fr. 117
[16] Platón, Menón, 81, c
[17] Platón Fedro.
[18] Platón, op. cit.
[19] M. Eliade, op. cit. 131-133.
[20] Nótese que el prefijo –a, opera, como en nuestra lengua, invirtiendo el valor semántico de la palabra a la cual antecede.

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