martes, 11 de noviembre de 2008

PRIMER ENSAYO. “Surgimiento del homo sapiens bajo dos enfoques distintos”

Hemos visto ciertas características que se relacionan con la capacidad humana de pensar, en ámbito de comparación con los demás animales, a propósito de la lectura del primer capítulo del texto de Bunge, “La ciencia. Su método y su filosofía”.
A continuación, abordaremos en este ensayo dos miradas distintas respecto del mismo asunto en pos de demostrar cómo se ha ido desarrollando, a lo largo de la existencia humana, que tiene su punto más alto, para la prehistoria, con el surgimiento del homo sapiens, binominal nombre de esta especie, que designa a la familia de los homínidos, surgida al norte de África (Kenya, probablemente) hace más de 3 millones de años.

Nuestro primer enfoque que abordaremos estará centrado en la así llamada “visión realista” respecto de la diferenciación entre el hombre y los demás seres vivos. La característica más importante del hombre acá, está dada por su condición de animal de rapiña que domina el mundo en base a sus características fisiológicas o físicas y mentales. La visión del hombre que se enseñorea frente a los demás seres inferiores, señorío que le viene a partir de su inteligencia, encierra, pese a describir una realidad innegable, una interpretación sobre su posición que le colocan en una instancia de preeminencia –¿que acaso podríamos juzgar de aristocrática?-. Para representar de modo más gráfico esta interpretación hemos escogido la reflexión que de ello hace el pensador alemán Oswald Spengler, que caracteriza el poder del hombre de esta forma: “El mundo es la presa; y de este hecho, en último término, ha nacido toda la cultura humana”[1]
Tal posición, no obstante, refleja no sólo el sentir de un paradigma determinado, o de alguna escuela filosófica o antropológica, puesto que tanto desde el marxismo, hasta el judeocristianismo, se ha sostenido esta lectura, que –digámoslo- facultan al hombre a destruir su entorno con el pasaporte que le otorgan su superioridad o señorío. De hecho, podríamos reflexionar (a riesgo de escaparnos de nuestra temática) sobre la emergencia de una mentalidad ecológica; emergencia que, ni aún en la Biblia podríamos encontrar. Si parafraseamos al Génesis, tenemos que el hombre, ya expulsado del Jardín del Edén se enseñoreará y dominará a los demás animales, como forma de imposición dada por la divinidad.
Ahora bien, ¿cómo es posible evidenciar esta superioridad, en términos materiales? Si retornamos a nuestra lectura de Spengler, diríamos que esta fuerza, este destino, se expresan de manera singular en el hombre a través de la técnica. No obstante, hace la salvedad el autor citado, no se trata de una “técnica de la especie[2], pues ésta pertenece a todos los animales y es instintiva, lo que implica que no varía con el tiempo, no se perfecciona ni desarrolla; en otras palabras, no se aprende. En cambio, la técnica de los hombres surge de su capacidad de pensamiento, que no ignora, como sí sucede con el resto de los animales, tanto su pasado como su futuro, que siente, frente a estas categorías temporales, tanto arrepentimiento como preocupación. El cuidado de los hijos por parte de su madre, vienen dados por un instinto y además por una preocupación, que prevé en el futuro ciertos potenciales riesgos, puesto que además tiene conciencia de la muerte. Esto convierte a la técnica, creada por el hombre, en “consciente, voluntaria, variable, personal, inventiva” [3] y consiguientemente, perfectible y que se aprende. Es lo que le convierte –al hombre- en “creador de su táctica vital... y la forma interior de esa vida creadora llamámosla cultura...”[4]
Aparecen aquí, la cultura surgida como un artificio, de exclusiva invención humana, amparada en su capacidad técnica, inspirada, a su vez, en la posibilidad de ser un animal superior, puesto que es un ser pensante. La imagen más representativa de esta técnica, junto con determinadas características fisiológicas (extensión de los dedos de la mano, independencia del pulgar, movilidad y adaptación de esta extremidad para tomar cualquier objeto con firmeza, etc.), nos evoca el film “2001. Una odisea del espacio” dirigida por Stanley Kubrick: el hombre, mitad mono, golpeando con un hueso (su herramienta) al animal que ha cazado, representa un salto cualitativo de extremada potencia, y que metafóricamente en el film se ve en el momento en que este “hombre-mono” arroja su herramienta al cielo y la imagen fílmica va trastocándolo en una nave espacial que navega en el firmamento y se aventura de galaxia en galaxia. La tecnificación extraordinaria que pudiera alcanzar este evento, nos muestra esta película, tiene su máxima referencia en la computadora HAL – 9000[5], la cual, sin embargo, al cabo de una falla sistémica, se torna en contra de la tripulación de la nave[6].

Hasta aquí nuestro enfoque que hemos llamado “realista”. Pasemos a continuación a describir la interpretación, que seguimos de un autor proveniente del mundo de la ciencia, a saber: Humberto Maturana[7].
El neurobiólogo chileno, postula que, tanto el linaje del chimpancé, como el de nuestros antepasados que dieron origen al humano, se han separado en alguna etapa de la evolución, tentativamente diríamos, hace unos cinco o seis millones de años. Tal situación, en que se escinden ambos linajes, vendría, sin embargo, no de la capacidad humana de raciocinio, sino más bien de eventos vinculados al emocionarse en ámbitos de cooperación, no de competencia ni de relaciones de sometimiento, como sí ocurre con los chimpancés. Esta capacidad de reconocer al otro como otro legítimo en un ámbito de convivencia –parafraseando a nuestro último autor-, tendrían como consecuencia, la capacidad de “lenguajear” del ser humano, y por lo tanto, la ampliación o expansión de su inteligencia. Este viraje, según Maturana, habría tenido inicio hace más de tres millones de años, cuando el “bipedalismo y neotenia se establecieron”[8], probablemente al mismo tiempo. La neotenia, está definida como “la conservación de la progresiva expansión de las características de la infancia en la vida adulta...”[9] Estas características estarían, a su vez, notablemente condicionadas bajo un ambiente de aceptación mutua y cooperación, en la intimidad del núcleo proto-familiar (que podría variar tal vez entre 5 a 8 individuos) y que representan –de ahí el nombre neotenia- la prolongación en el tiempo de la relación materno-infantil, tanto en la juventud como en la vida adulta de nuestros antepasados. Bajo esta óptica, el lenguaje tiene su ambiente dado para surgir, esto es: cercanía de los individuos, el “placer de la convivencia”[10] y el “emocionar que es el amor como dinámica relacional de cercanía sensual...”[11].
En otro sentido, y contrastando con la lectura anterior, vemos que la capacidad inteligente del hombre surge, gracias a este ámbito de cercanía en donde la utilización de la mano, por ejemplo, aparece no como una mera facultad de manipulación de herramientas, sino también como la posibilidad fisiológica de amoldarse “a cualquier superficie curva del cuerpo en una caricia”[12]. Esto es, la mano de nuestros antepasados, diferente de la de los chimpancés, otorga esta posibilidad de establecer un lenguaje de cercanía y co-presencia en donde el compartir facilitan este lenguajear, que no es otra cosa sino el conversar. La inteligencia, por lo tanto, es la consecuencia de tales condiciones operadas en nuestros antepasados, y que constituirían la más notable característica de nuestro linaje humano en una determinada manera de vivir.
En conclusión: el hombre es un animal capaz de pensar, lo que le diferencia de los demás seres vivos. Es un ser creador voluntariamente, de ahí su destreza técnica susceptible de desarrollarse en el tiempo. Se enseñorea frente al mundo –incluso, podríamos agregar, establece señorío sobre otros hombres, pero tal situación sería materia para otro ensayo-, no obstante, tal ámbito de relaciones estarían relacionadas no con su capacidad de inteligir, puesto que las relaciones de sometimiento y manipulación forman parte–según Maturana nuevamente- de la vida de los chimpancés. La inteligencia vendría, y nos inclinamos por esta última opción, de la capacidad de establecer vínculos y cercanías en convivencia con los otros, en contextos de respeto mutuo y aceptación. Diríamos, para concluir, que la forma de encontrarse uno mismo –como ser pensante, inteligente y reflexivo-, radica, en último término, en la capacidad de encontrarse en el otro, pero tal cosa escapa también a nuestro estudio propuesto.

BIBLIOGRAFÍA.

Bunge, Mario “La ciencia. Su método y su filosofía”, editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997

Spengler, Oswald. “El hombre y la técnica. Y otros ensayos”. Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1947.
Maturana, Humberto. “Formación humana y capacitación”, Ed. UNICEF CHILE / DOLMEN. España, 200
[1] Spengler, O. “El hombre y la técnica. Y otros ensayos”. Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1947, p. 25. El resaltado con cursivas pertenece al escrito original.
[2] Spengler, op. cit., p. 27. Las cursivas son del autor.
[3] Ibid. p. 29
[4] Idem.
[5] Es ésta, la última generación en computadores, es capaz, incluso de tener sensaciones cuasi-humanas, sin perder el grado total de perfección que su modelo avanzado le otorga.
[6] Finalmente será desactivada, paradójicamente, con un simple destornillador, ironía que refleja que tal grado de tecnificación, no logra escapar de la simplicidad que implica un objeto semejante al hueso usado por el mono, millones de años antes.
[7] Nos basaremos principalmente en una conferencia dictada por el doctor Maturana en mayo de 1994 y que aparece en el apéndice del libro “Formación humana y capacitación”, Ed. UNICEF-CHILE / DOLMEN, España, 2002; bajo el título de “El origen de lo humano” (pp. 123 a 153)
[8] Maturana, H. op., cit., p. 128.
[9] Ibid. p. 135.
[10] Ibid., p. 132
[11] Idem
[12] Ibid., p. 129

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