sábado, 29 de noviembre de 2008

Reflexión en torno a la "Ética del intelecto" de Susan Haack

El trabajo de investigar implica una labor científica, esto quiere decir, según el autor, -y de hecho lo comparto- que la búsqueda de la verdad debe alentar al investigador más que ninguna otra cosa en su tarea. Pensando sobre esto, sobresale la siguiente idea: la creación propia –en tanto pensamiento-, como ejercicio de elaboración de trabajos e investigaciones en la universidad (para los títulos de grado, al menos y en mi carrera, que es la realidad que conozco más), es francamente pobre.
Muy poco se alienta al estudiante a investigar en torno a ideas propias, llegar a conclusiones propias, y lo que es más difícil todavía, hacerse preguntas sobre el tema que se expone. Siempre resultará más fácil dar respuestas a los problemas, que formular las preguntas adecuadas que no sólo lleven a encausar la problemática de la investigación, sino que también pongan en duda los supuestos e hipótesis que subyacen a ella. Es éste un tema presente en el texto leído que más resalta. La tarea de investigar supone, por lo tanto, un interés más que por las hipótesis que se pretende demostrar, por la búsqueda de la verdad. En otras palabras, implica una suerte de pérdida del ego del investigador. Éste pasa a ser un puente entre la elaboración propia y la búsqueda o los acercamientos a los temas tratados por él y por otros más. La personalidad del autor, en este sentido se va perdiendo, va desapareciendo de cierta forma, en pos de un objetivo mayúsculo, que levantan sobre sus hombros aquellos investigadores, que, al igual que él, han seguido tal labor investigativa. Acá, nuevamente remarcamos, lo más importante es el saber y no la persona (el investigador considerado individualmente).
Esto último tiene relación también con la idea de ejercitar trabajos colaborativos, más que individuales. A continuación lo explicaré mejor: una persona que estudia o investiga sola carece de la posibilidad de adquirir nuevas perspectivas respecto de su estudio en comparación con otra persona que comparte sus experiencias con sus pares bajo la intención de ser criticado, contradicho, felicitado, reafirmado, en resumen, enriquecido por nuevos discursos. El hecho de ser leído por otro, obliga al escritor a orientar su trabajo a este tan básico y evidente hecho: escribo para ser leído. Luego sobreviene la siguiente pregunta: ¿para ser leído por quién? Y las tentativas respuestas: ¿por un grupo selecto de “lectores especialistas”? ¿por un profesor que guía una tesis? ¿por los lectores de una página web en que publico? Y tras estas preguntas pondríamos, por supuesto, un largo etcétera.
Otro fenómeno de relevancia que es abordado por Susan Haack, es el llamado tema del economicismo en las ciencias sociales, específicamente en la filosofía, pero que en toda el área de las humanidades es ostensible. Al respecto, un historiador chileno, Mario Góngora, ya en la década de los ochenta, hacía un clamoroso llamado de atención, y da un ejemplo de la aplicación de la noción mercantil de competencia en viejas instituciones como las universidades, que, a partir de la Ley General de Universidades de 1980 en Chile, implica que “una institución (como la educativa) es repensada como empresa en competencia con otras empresas que pueden crearse con un criterio muy liberal; el aporte fiscal irá disminuyendo, y creciendo en cambio el autofinanciamiento por los alumnos, que pagarán el costo de la docencia posteriormente, durante el ejercicio de su profesión. La Universidad, siguiendo la tendencia mundial, atiende más a las profesiones científicas de modelo matemático-físico y biológico, que a las humanidades”[1], obviamente esta situación se debe a la rentabilidad perseguida en el contexto en que se vive.
Si bien, Susan Haack aborda esta última temática desde el campo de las investigaciones y cómo éstas se han ido corrompiendo, por decirlo de algún modo, a partir de este tipo de razonamientos economicistas, es también cierto que desde un punto de vista más global, la ingerencia de la economía –y específicamente la economía de mercado- ha introducido en todos los ámbitos no sólo las nomenclaturas propias de su disciplina orientada hacia la oferta y la demanda en contexto de desregulación absoluta, sino también la ecuación que define un trabajo no por su calidad per se sino más bien por los términos de su rentabilidad.

Por último, un pensamiento para terminar. En el texto leído aparece constantemente la expresión “búsqueda de la verdad”. No cabe duda que la autora ha querido reforzar una idea que contradiga al relativismo respecto de la verdad. Ahora bien, por momentos siente que la verdad pareciera ser una falacia, como lo son un sinnúmero de valores, no obstante es del todo preferible creer en ellos, incluso si no fuesen reales, pues bien conforman el dínamo que mueve nuestras vidas y da sentido a algo que de lo contrario sería espantosamente inerte. El pensar que se busca la verdad, el creer, sinceramente que se accederá a ella (o al menos se intentará un acercamiento), implica ya un trabajo de nobleza que supera con mucho cualquier tipo de cinismo, incluso, si esa tal verdad, no existiese.

[1] Mario Góngora, “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los ss. XIX y XX”. Ed. Universitaria. Santiago. Chile, 1990, p. 263.

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