viernes, 5 de diciembre de 2008

Comentarios al capítulo 2 de El taller de la filosofía de J. Nubiola

Primeramente existe un asunto que nos resulta importante de resaltar, trata sobre la complejidad -¿o simplicidad?- del acto de escribir, por una parte, y luego sobre el valor que el acto en sí encierra para el ejecutante.
Decimos complejidad en tanto involucra distintas habilidades, sentimientos, emociones, etc. En el acto mismo en que estamos escribiendo se presentan todas estas instancias al unísono, transformándose en un coro de voces, muchas veces disonante, que la mente intenta dar armonía y suavidad. La cantidad de ideas que van surgiendo, unas que se superponen a otras, sentimientos sensaciones que se yuxtaponen o se imbrican, generando conflicto y tensión. El descenlace final, -aparentemente final- marcado por la impresión de las letras y el ordenamiento de las palabras y frases, dará responsabilidad al desorden; y otra cosa, aventurará respuestas o aproximaciones a las preguntas surgidas previamente o en el intertanto. Y decimos aparentemente final, puesto que la incertidumbre es acaso el móvil, el dínamo que genera el movimiento constante de nuestro pensamiento. Donde existe certidumbre total sobre algo, entonces existe quietud y anquilosamiento, ya no hay posibilidad de reflexión, luego, se termina cualquier duda, cualquier pregunta. Esta situación, sin embargo, no deja de ser hipotética, puesto que ya sabemos -y es quizá lo único sobre lo que podríamos tener certeza- que la mente humana es finita y el conocimiento que surge de ella no deja de tener nuevas agregaciones.

También decíamos que escribir se trata de un acto simple. Por cierto, escribe un joven mientras chatea o envía un correo electrónico. Esto puede ser una instancia casi cotidiana del acto de escribir; lo mismo, aunque con mayor formalidad pero no menos cotidiano (al menos hasta hace una década) es escribir una carta. Pero no es esto a lo que me refiero cuando hablo de la simplicidad del acto de escribir. Pienso fundamentalmente en cuanto a lo cotidiano que puede resultar, incluso la escritura de un texto que demande cierta complejidad.

Decía también que el acto de escribir encierra un valor para quien lo ejecuta. Tal valor, y concordamos en esto con la lectura del texto de Jaime Nubiola, radicaría en la importancia que tiene para el escritor ordenar sus ideas y replanteárselas o plantearse nuevas razones. Un escritor (cualquiera que escriba) deja de pensar exactamente lo mismo después de escribir. Incluso con una carta.
Otro punto que trata Nubiola, que nos parece relevante para reflexionar es respecto de la verdad. Imaginaba, mientras lo leía, lo que implica ser "auténtico". Auténtico respecto de lo que se dice y también sobre lo que se escribe. No creo que exista una persona que tenga coherencia absoluta respecto de su decir y su actuar. Sin embargo, pienso en cómo puede servir encontrar una correspondencia lo más cercana posible en esto. Y quien escribe también cuenta, y su "cuento" debe tener credibilidad, incluso tratándose de una novela de ciencia ficción, la más loca y extravagante historia debe tener credibilidad. Esto es akgi qye el lector hasta lo presiente, y cuando lo descubre de forma patente, desautoriza de inmediato al escritor. Una persona que escribe debe convencer, pero para convencer requiere ser honesto. Ahora, no es suficiente ser "convincente". También se requiere mantener la identidad, aquella que define en gran cantidad lo que uno es, al menos en el momento de escribir.

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