viernes, 5 de diciembre de 2008

Comentarios al capítulo 2 de El taller de la filosofía de J. Nubiola

Primeramente existe un asunto que nos resulta importante de resaltar, trata sobre la complejidad -¿o simplicidad?- del acto de escribir, por una parte, y luego sobre el valor que el acto en sí encierra para el ejecutante.
Decimos complejidad en tanto involucra distintas habilidades, sentimientos, emociones, etc. En el acto mismo en que estamos escribiendo se presentan todas estas instancias al unísono, transformándose en un coro de voces, muchas veces disonante, que la mente intenta dar armonía y suavidad. La cantidad de ideas que van surgiendo, unas que se superponen a otras, sentimientos sensaciones que se yuxtaponen o se imbrican, generando conflicto y tensión. El descenlace final, -aparentemente final- marcado por la impresión de las letras y el ordenamiento de las palabras y frases, dará responsabilidad al desorden; y otra cosa, aventurará respuestas o aproximaciones a las preguntas surgidas previamente o en el intertanto. Y decimos aparentemente final, puesto que la incertidumbre es acaso el móvil, el dínamo que genera el movimiento constante de nuestro pensamiento. Donde existe certidumbre total sobre algo, entonces existe quietud y anquilosamiento, ya no hay posibilidad de reflexión, luego, se termina cualquier duda, cualquier pregunta. Esta situación, sin embargo, no deja de ser hipotética, puesto que ya sabemos -y es quizá lo único sobre lo que podríamos tener certeza- que la mente humana es finita y el conocimiento que surge de ella no deja de tener nuevas agregaciones.

También decíamos que escribir se trata de un acto simple. Por cierto, escribe un joven mientras chatea o envía un correo electrónico. Esto puede ser una instancia casi cotidiana del acto de escribir; lo mismo, aunque con mayor formalidad pero no menos cotidiano (al menos hasta hace una década) es escribir una carta. Pero no es esto a lo que me refiero cuando hablo de la simplicidad del acto de escribir. Pienso fundamentalmente en cuanto a lo cotidiano que puede resultar, incluso la escritura de un texto que demande cierta complejidad.

Decía también que el acto de escribir encierra un valor para quien lo ejecuta. Tal valor, y concordamos en esto con la lectura del texto de Jaime Nubiola, radicaría en la importancia que tiene para el escritor ordenar sus ideas y replanteárselas o plantearse nuevas razones. Un escritor (cualquiera que escriba) deja de pensar exactamente lo mismo después de escribir. Incluso con una carta.
Otro punto que trata Nubiola, que nos parece relevante para reflexionar es respecto de la verdad. Imaginaba, mientras lo leía, lo que implica ser "auténtico". Auténtico respecto de lo que se dice y también sobre lo que se escribe. No creo que exista una persona que tenga coherencia absoluta respecto de su decir y su actuar. Sin embargo, pienso en cómo puede servir encontrar una correspondencia lo más cercana posible en esto. Y quien escribe también cuenta, y su "cuento" debe tener credibilidad, incluso tratándose de una novela de ciencia ficción, la más loca y extravagante historia debe tener credibilidad. Esto es akgi qye el lector hasta lo presiente, y cuando lo descubre de forma patente, desautoriza de inmediato al escritor. Una persona que escribe debe convencer, pero para convencer requiere ser honesto. Ahora, no es suficiente ser "convincente". También se requiere mantener la identidad, aquella que define en gran cantidad lo que uno es, al menos en el momento de escribir.

Dos ángulos de la Historia




Ficha Bibliográfica:
Nombre del autor: Ahumada, Illanes, Pinto, Salazar, Villalobos.
Título de la obra: “Dos ángulos de la historia, En “Cuadernos de Historia”. N°19
País: Chile (Santiago)
Año de publicación: 1999
Editorial: Universidad de Chile
Páginas o capítulos controlados: pp. 265-290.

La obra recoge un debate que destacados historiadores chilenos sostuvieron en un medio de información escrita de importante difusión. La polémica surge a partir de la publicación del libro de Salazar y Pinto “Historia Contemporánea de Chile”. A continuación resumiremos los postulados de cada uno de los intervinientes.
• María A. Illanes: La obra aludida, cumple con el importante objetivo de colocar el centro de interés en actores antes olvidados como agentes concretos (incluso protagonistas) de la construcción histórica. (“sujeto histórico”), lo que los autores llaman “clase social” (1) (Pinto), “ciudadano de base” (Salazar), opuesto a la “clase política” o dirigente, que, por medio de sus mitógrafos oficiales, ha puesto el acento exclusivamente en el actuar propio. Tal dicotomía se expresa en el “desgarramiento entre sociedad civil y Estado”, que esconde –en una relación de dominación “arriba/abajo”- el verdadero proyecto popular, constantemente “clientalizado” desde arriba, pero siempre latente en términos de su “descontento” e “instinto igualitario”.
• Sergio Villalobos: A partir de un fundamento ideológico marxista (“más inflexible en Salazar”) se insiste en teorizar aspectos sobre una realidad que no es, al exagerar el papel de “sujeto de la historia” que tendría la “masa popular” (“bajo pueblo”), desestimando la labor histórica de las elites y su “determinante” liderazgo político, económico y cultural. Villalobos intenta trazar un camino intermedio que no descuide el rol director de las elites ni tampoco la labor “anónima y silenciosa” de los demás sectores sociales. No se puede prescindir ni de uno ni de otro. Critica de Salazar, su lenguaje críptico y abstruso, coincidente con los “nuevos investigadores” carentes de una “cultura humanística” y obsesionados por la sobre-elaboración monográfica, sentando un abismo respecto del lector y por ende en la difusión de la historia. Critica también el “pluriculturismo” relativista e historicista extremo, presente en la obra de Salazar y Pinto, pues representan un peligro “desintegrador”.
• Gabriel Salazar: No existe una postura objetiva, tal pretensión –positivista- estaría ya agotada; lo que convierte en legítimas a las diferentes interpretaciones históricas como “legítimas” e inevitables. Tomar partido por los sectores populares responde a una “humanización” de la historia que favorece la integración de éstos a la vida moderna por medio de la “equidad distributiva”, legitimando así el poder. La historiografía tradicional ha caricaturizado esta “teoría del cambio social”, manteniendo la versión “neokantiana” de “la” única posible versión. (ej. Encina, Edwards, Eyzaguirre, Góngora, Vial, Jocelyn-Holt, etc.). Las críticas de que es objeto sobre su “militancia ideológico-política”, se corresponden más con el debate sobre el “fantasma” comunista durante los 70s. que en el contexto actual.
• Rodrigo Ahumada: La obra de Salazar-Pinto, en términos de su estatuto epistemológico, se haya más cercana –decididamente- a un discurso ideológico previo, que busca sustentarse instrumentalizando la historia (por medio de la “utilización” de la historia. p. 19). La ideología aludida es hegeliano-marxista, y estaría “hipotecando” la posibilidad del “saber histórico”, al colocar la historia desde abajo como el único camino para investigar los procesos históricos. Respecto de su corpus teorético, critica también el entramado construido que confunde e impide discriminar lo propiamente histórico de lo politológico (en el caso de Salazar) o de lo sociológico (en el caso de Pinto). La supuesta “novedad” de la obra comentada sería, por el contrario, una regresión peligrosa, que incluso obstaculiza el cambio social.

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“Permanecer en actitudes conservadoras y nostálgicas no conduce a nada. Es morir lentamente” (Sergio Villalobos). (2)

He decidido presentar esta reflexión del profesor Sergio Villalobos, por cuanto sintetiza de forma significativa las críticas que unos y otros –desde cada uno de los “dos ángulos de la historia”- se enrostran, a propósito de la publicación del mencionado libro de Salazar y Pinto. Tal afirmación, no obstante, bien pudo haber sido formulada –y de hecho con otras palabras lo fue- por los mismos personajes aludidos en la crítica de Villalobos, a saber: Salazar, Pinto e incluso María A. Illanes. Punto de gran importancia, pues nos señala la correspondencia de dos percepciones, que, desde sectores diametralmente opuestos, llegan a una misma conclusión respecto del otro. De hecho, Illanes fustiga a Villalobos de la siguiente forma: “Sería lamentable que el historiador Villalobos (...) viniera a alimentar con su visión de la elite mandante de la historia, ese discurso histórico oficialista, derechista y militarista que hoy se reconstruye en Chile”(3) . Y por su parte Salazar lamenta que Villalobos se acerque a la historiografía tradicional, que investiga desde el lado de las elites, “tal como Encina, Edwards, Eyzaguirre, Góngora, Vial, Jocelyn-Holt, etc.” (4)
Contado de esta forma, parecería incomprensible que sea Villalobos quien tache de conservadores y nostálgicos a sus colegas aludidos. Acaso la explicación estaría en el afán, de ciertos investigadores –según Villalobos más explícito en Salazar- de acomodar la realidad a un corpus teórico metodológico hegeliano-marxista. Atendiendo a la obsolescencia de la ideología marxista, el uso de un paradigma cercano implica –y a esto apunta también la intervención de Rodrigo Ahumada- la instrumentalización de la historia. De esta forma, y en la misma línea, Ahumada critica las limitaciones de esta episteme, que hipotecaría el “saber histórico”, colocando a la historia “desde abajo”, esto es, desde la mirada del “ciudadano”, como el único camino para investigar los procesos históricos. Tales posiciones se escaparían a la búsqueda de objetividad que debiera tener todo historiador “honesto intelectualmente” . (5) También se confunden la labor investigativa del historiador con su función social y lo que es peor –según Ahumada- el pensamiento histórico con el pensamiento ideológico, primando éste sobre aquél. Esto quedaría demostrado en la Introducción del libro de Salazar-Pinto, que coloca al historiador más como un representante político-militante de las masas que como un investigador “científico” y en este sentido, su objeto de estudio termina instrumentalizado y la realidad falsificada, en pos de la confirmación de un dogma ideológico (“Weltanschauung”).
Ciertamente el problema del “partidismo” en las ciencias sociales es un tema de permanente actualidad. Comprendería, no obstante, un universo de implicancias que van desde la aparentemente inocua negación de una ciencia objetiva y libre de valores, hasta la “inclinación a subordinar los procesos y conclusiones de la investigación a los requerimientos del compromiso ideológico o político del investigador” (6). Como bien señala el historiador británico Eric Hobsbawm, en tanto todo partidismo tiende a ubicar un adversario, vincula inevitablemente su ciencia como la “correcta” en medio de un combate contra la ciencia “incorrecta” .(7) El asunto tiene implicancias serias en la labor historiográfica, por cierto, más aún si el investigador reconoce tener un “compromiso” y supedita su labor a intereses aún de exigencias “éticas”, como sostiene Salazar.
Pero por otra parte, existe una tendencia en las sociedades liberales a idealizar al “científico independiente”, generándose también, paradójicamente, nuevos partidismos respecto a esto. Todavía más, en cierto sentido muchas ciencias como la sociología, la historia y otras ciencias sociales fundamentalmente, se han visto beneficiadas con el partidismo en los casos en que éste logró conformar un paradigma sólido de investigación. Incluso podríamos decir que esta situación contribuyó en no menor medida a modificar el statu quo mantenido antaño por aquellas disciplinas que, preciándose de ser garantes de la imparcialidad, sostenían con orgullo ser un paréntesis frente al contexto de las ideas políticas.
La postura ideológica, por lo tanto, puede contribuir al avance de la ciencia, en tanto que proporcione “un incentivo para cambiar los términos del debate científico, un mecanismo para inyectar nuevos temas, nuevos interrogantes y nuevos modelos de respuesta desde fuera” (8). En este sentido, el aporte de Salazar y Pinto podría considerarse una notable contribución a la ciencia, incluso si sus autores se postulan su propio trabajo como la vía más legítima de investigación.
Por último, queda en suspenso la aplicación del término “conservador” para los autores de la obra “Historia contemporánea de Chile”; del mismo modo como quedaría en suspenso la aplicación de tal para Sergio Villalobos o el mismo Eduardo Ahumada por el sólo hecho de sostener la importancia del liderazgo de las elites en la construcción histórica nacional. Esto explica lo equívocas que pueden ser este tipo de taxonomías. Gran injusticia se cometería con el profesor Villalobos si su ingente obra historiográfica, plagada de visiones novedosas que han constituido un aporte al debate científico a lo largo de varias décadas, fuera resumida bajo el hoy despectivo apodo de “conservador”. No obstante, el hecho de que tanto Salazar como Villalobos (y los demás interlocutores ubicados en los respectivos bandos o “ángulos”) se perciban –y acusen- recíprocamente de esta forma, constituye un hecho fehaciente, al menos, de que la disciplina historiográfica nacional no ceja de moverse.

(1) Aunque desde una perspectiva dialéctico no marxista ni combativa.
(2) Dos ángulos de la historia, En “Cuadernos de Historia”. N°19, p. 278
(3)Op. cit. p. 274
(4) Op. cit. p. 275.
(5)Op. cit. p. 281
(6)Eric Hobsbawn, “Partidismo”, En “Sobre la historia”, Ed. Crítica (de bolsillo), Barcelona, España, 2002 p. 133
(7) Continuamos citando a Hobsbawm: “... la historia de las mujeres frente a la historia machista, (la historia) de la ciencia proletaria frente a la ciencia burguesa, etc.” (idem)
(8)Hobsbawm, Op. cit. P. 144.

Las Travesuras de la NIña Mala. Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa, es un notable ensayista y novelista peruano, nacido en Arequipa en 1936. Estudio Derecho y Literatura en la Universidad Nacional de San Marcos en Lima y en 1957 comienza a publicar sus primeros relatos, al mismo tiempo que trabajaba en dos periódicos locales. Becado para seguir estudios en Madrid, y luego instalado en París, comienza su prolífica carrera de escritor. En 1963 publica “La ciudad y los perros”, obra literaria que lo lanzó a la fama, con varias premiaciones (Premio Biblioteca Breve 1962; Premio de la Crítica 1963) y gran recepción de los críticos. Su segunda gran obra, “Casa Verde” ya le consagran como una importante figura de la narrativa latinoamericana. Posteriormente publica piezas teatrales (“La señorita de Tacna”, “El loco de los balcones”, “La Chunga”), estudios y ensayos (“La orgía perpetua”, “La verdad de las mentiras”, “La tentación de lo imposible”), memorias (“El pez en el agua”), relatos (“Los cachorros”) y, sobre todo, novelas: “Conversación en La Catedral”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La tía Julia y el escribidor”, “Elogio de la madrastra”, “Los cuadernos dedon Rigoberto”, “La fiesta del Chivo”.
Ha obtenido muchos galardones literarios importantes además de los mencionados, como el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN / Nabokov y el Grinzane Cavour.

En la novela siguiente, “Travesuras de la niña mala”, tenemos una verdadera novela de amor, según su propio autor lo confiesa, su primera en este campo. En ella se entrelazan las historias de Ricardo Somocurcio, un esforzado periodista y traductor y Lily, Madame Arnoux, Otilia, etc., una tornadiza muchacha (la “niña mala”) que, desde la adolescencia, encanta a Ricardo, y le arrastra hacia su mundo de ambiciones, engaños y desengaños en un ir y venir que culminará tras cuarenta años de aventuras en distintos países, en donde, por casualidad o desgracia tal vez, se re-encuentran aunque siempre con una nueva identidad por parte de la protagonista. El amor que nació en “Aquel (...) verano fabuloso” de 1950 (pag. 9), donde en Lima, la “niña mala”, niña aún, se hacía pasar por una chilena de alta sociedad, recorrerá tantos países como identidades adquiere ésta, siempre tras la dirección que su arribismo le indica: ya sea como amante de un líder revolucionario en la Cuba de los 60s, como esposa de un diplomático francés, o de un japonés millonario sórdido y mafioso.
Por el contrario, Ricardo le ofrece el amor verdadero, pero lleno de necesidades económicas, no logra satisfacer las ambiciones de la cambiante mujer. Juntos protagonizan encuentros amorosos fugases, pero poderosos desde el relato erótico que el autor imprime en la obra. Serán además, testigos de las épocas más tumultuosas de cambios políticos y sociales ocurridos en el mundo de la segunda mitad del siglo XX, teniendo como escenarios las ciudades de Tokio, Londres, París, Madrir, Lima.
Parecieran desfilar los acontecimientos más importantes de cada década al compás de la historia tortuosa y muchas veces enfermiza de amor entre ambos protagonistas.






“Según declaraciones del propio autor, se trata de su primera novela de amor. En ella narra la relación tormentosa y enfermiza de dos amantes durante cuatro décadas, con el trasfondo de los tumultuosos cambios políticos y sociales que se vivieron en la segunda mitad del siglo XX en lugares como Lima, París, Londres, Tokio o Madrid.”

Sobre la mecánica en la naturaleza y otras meditaciones



Es particularmente inquietante la forma como percibimos los accidentes, condicionados por la causalidad mecánica que Álvaro Campos mencionaba en su artículo de atinachile. Brevemente explico su planteamiento: en el mundo moderno la casualidad y el destino han debido replegarse a instancias casi irrisorias en favor de la mecánica racionalista que pretende definir, paso a paso, los movimientos del mundo (cosmos) como una causalidad cuya lógica, legislada por principios casi cartesianos, adquiere total sentido cual pieza de relojería en el taller de un joyero. El destino comprime acá su existencia, acoquinado esta vez en un modesto sitial de admiración sólo para supersticiosos o “esotéricas”.

Luego, la consecuencia inmediata de esta manera de percibir el mundo, lleva a la esquizofrénica necesidad de buscar responsabilidades. Como cada movimiento del cerrado engranaje opera según la tarea asignada a sus miembros, al momento de fallar alguno, deviene la catástrofe. De todo esto se extraen lecciones, por supuesto: una es que la falla se pudo prevenir mediante la inspección de la estructura interna del mecanismo (“prevención de riesgo”); la otra, es que todo vuelve a restablecerse con el reemplazo de la pieza defectuosa.

A riesgo de caer en la caricatura, se podría decir que nuestro mundo contemporáneo balbucea su existencia afirmado en la polea de una máquina -digital por supuesto1 - . Como en “Tiempos modernos”, cuando Charlot, el asistente de una factoría, busca infructuosamente sacar a su jefe del motor de la máquina donde trabajaba. El hombre atrapado en su invento. Esto me recuerda también a la HAL-9000, de “2001 Odisea del espacio”. El acrónimo, traducido al castellano, significa Computador algorítmico heurísticamente programado2 (Heuristically programmed ALgorithmic computer), -a mi juicio una contradicción flagrante- un procesador que es capaz incluso de interpretar razonamientos, emociones, y expresar sentimientos cercanos a lo humano, sólo que con la exactitud y perfección que le otorgan sus circuitos, en resumen, una especie de inteligencia artificial. Pero he allí el origen del problema, una máquina donde gobierna sólo la lógica, a la que se le introducen elementos de inexactitud como los sentimientos por ejemplo3, entra en contradicciones vitales que terminan en su paranoica actitud y finalmente su perdición. Tenemos acá un mecanismo perfecto, el cual, a la primera y más leve evidencia de error, desemboca en una catástrofe totalmente desatada.

O también podríamos citar la famosa intervención de Gary Kaspárov, el campeón mundial de ajedrez que, en una partida contra Deep Blue, (una computadora programada para analizar 100 millones de jugadas por segundo) comenzó a realizar movidas “ilógicas”, que escapaban a la comprensión del “pensamiento” numérico y cuantitativo del ordenador, lo cual le permitió vencer en una de las seis partidas que tuvieron4. Un año más tarde, en 1997, con Deep Blue perfeccionada, (capaz esta vez de revisar 200 millones de posiciones por segundo) Kasparov volvió a realizar aperturas conocidas por aficionados y con dudosas variantes, por no decir defectuosas. Pero la computadora no cayó en la trampa, cosa que mereció las sospechas del ajedrecista respecto de la honestidad del encuentro: ¿había una mano humana que intervenía en las jugadas de Deep Blue, y así lograba sortear este tipo de dificultades? Lo único cierto es que la IBM, empresa gestora del aparato, y patrocinadora del encuentro, subió notablemente sus acciones en la bolsa tras la derrota del ajedrecista ruso.


Volviendo a esta tensión entre máquina y hombre, ya no dentro de las variantes más extremas como las contadas más arriba, pensaba en cómo percibimos a la naturaleza inmersa en la mecánica numérica (desde Newton, podríamos decir), dejando de lado toda participación del pensamiento hermenéutico. Las cosas obedecen a una mecánica natural, ¡qué frase más contradictoria! Si es a, entonces forzosamente debe darse b y no c. Esta ficticia certidumbre lleva a las psicosis que mencionaba Alvaro en su artículo, donde tiene que haber un culpable tras un accidente, siempre “evitable” bajo los supuestos de la mecánica. En otras palabras, el acaecer carece de imprevisibilidad. Luego, todo puede ser explicado, incluso la desgracia –y por supuesto su contrario, la fortuna-. Se me dirá que exagero, pero aún cuando alguien reconoce que existen eventos librados al azar, terminará levantando hipótesis sobre la factibilidad de evitar y reducir al máximo posible la intervención fortuita (ni siquiera mencionamos divina).


En términos históricos, la cultura moderna y la revolución industrial impulsan un imaginario que coloca al hombre y su ciencia (objetivada por su método) por sobre la naturaleza. El hombre moderno descubre todo... el hombre, entiéndase bien, él solo. Y no cualquier “hombre moderno”, claro, el hombre más civilizado, el que avanzó por los caminos de la cultura más “elevada”, el que introduce el orden en la barbarie, el mismo que “descubrió” América tal como se descubre una ecuación matemática que explica la ley de gravedad, o la penicilina. Curiosamente, todos estos eventos han estado de algún modo involucrados con la casualidad: Colón se encontró con un nuevo continente que jamás pensó “descubrir”; Newton “pensó” en la gravedad tras ser golpeado por la manzana caída de un árbol, y Flemming “descubrió” el hongo penicillium formado en un cultivo bacteriano que dejó por descuido a la intemperie en su laboratorio. Por supuesto que todos son sucesos ampliamente caricaturizados, no obstante, no deja de ser significativo todo el halo de leyenda que circunda, a estos personajes y sus respectivos “descubrimientos”. El descubrimiento es una forma de apropiación que ejerce el hombre moderno: “yo descubrí tal ley de la física”. Algo que siempre existió, sólo que no había sido explicado matemáticamente, incluso esta explicación si quiera logra agotar todas las explicaciones del problema. Del mismo modo, América (por llamarla de la forma que la conocemos todos), siempre estuvo allí5, jamás fue “descubierta”.


Pero volvamos nuevamente al mecanicismo. ¿Qué sucede hoy, cuando casi todo es cuantificado y casi todo ya ha sido descubierto? Una persona que porta un GPS sabe exactamente dónde se encuentra, con precisión total. Un vehículo acondicionado con un sistema similar, previene al conductor de la presencia de congestión en carretera, anticipando la conveniencia de optar por un camino alternativo. Sin embargo, estas capacidades tecnológicas aún no son universalmente utilizadas. Jamás en mi vida me he subido a un vehículo como el que describí. Esto sitúa a su dueño en una situación de preeminencia respecto de quienes no estamos acondicionados tecnológicamente del mismo modo. De hecho, pienso que si todos tuvieran el GPS sería muy probable que la incertidumbre reapareciera en escena: supongamos que, al haber un taco en una carretera, gran número de conductores escogieran la misma vía alternativa, congestionándola también. Puede ser un pensamiento ingenuo, lo admito, pero la ingenuidad suele decir verdades a veces.

Con todo, si nos situamos en un nivel masivo, todos de alguna manera gozamos de esta búsqueda tecnológica por la certidumbre; por ejemplo: cuando salgo de mi casa de Concón por las mañanas, sé que el horario en que debiera tomar la micro para llegar al Instituto de Historia en Viña del Mar a las 8:15, es 45 minutos antes. Y esto considerando los atochamientos de las 7:50 en Reñaca y 10 minutos más tarde en Libertad.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando interviene un acontecimiento extraño a todas estas previsiones? Hace un par de días un derrumbe en el camino antes de llegar a Las Salinas, detuvo el tránsito durante más de 40 minutos. Esa mañana tomé la locomoción a la hora prevista, según el tiempo calculado. La naturaleza dijo otra cosa. Un pasajero, que aún no se resignaba de su retraso en el trabajo, le dijo al chofer: -pero este cerro debieran cubrirlo con mayas para evitar que se desprendan piedras sobre la vía-. Recordé inmediatamente lo que decía Álvaro: el miedo ante el azar, ante lo imprevisible, sólo es sofocado por la existencia de un responsable bajo el supuesto –ficticio- que hay una mecánica que permite prevenirlo.

Ese día llegué tardísimo a mi clase. No entré por respeto a sus concurrentes y al profesor. Esperé los minutos que restaban para el término de la hora en la puerta del castillo. A un costado, el jardinero, muy paciente, terminaba su arreglo en un rosal. Mientras barría la tierrita removida que había caído fuera, justo arriba, el fruto de un árbol se dejó caer con gran fuerza junto a unas ramas que pasó a llevar en su camino, rompiendo las rosas y desparramando toda la tierra. Volví a reflexionar sobre el tema. La naturaleza había vuelto a decir que no al orden que impone el hombre. Eso es, la naturaleza tiene explicaciones físicas o matemáticas, pero éstas no agotan el conocimiento total que tengamos de ella. Es posible prever ciertas cosas, la historia del hombre en cualquier cultura que haya superado el estadio de cazador recolector trata de cómo calcular las estaciones, de cómo domesticar a los animales para su sustento, etc. El hombre introduce un orden (cultura) en la naturaleza. Pero este orden yo lo entiendo bajo la aceptación de que lo perfecto surge de una relación en donde la última palabra no la da la cultura. Pienso en una historia que contaba Jodorowsky: un monje budista recibe de su maestro la orden de limpiar el huerto del monasterio. Con mucha dedicación podó las hojas de los árboles, barrió el suelo, regó donde había que regar, etc. Cuando llegó el maestro a inspeccionar, dictaminó que aún no estaba todo en orden. El monje prosiguió con más acuciosidad aún hasta no dejar nada fuera de posición. El maestro regresó y exigió a su discípulo todavía más perfección en su labor. Una hora después, cuando el monje ya no sabía qué más hacer, el maestro tomó con fuerza el tronco de un árbol y lo sacudió dejando caer unas hojas: -ahora sí está perfecto el huerto- concluyó.

¿Acaso el pasajero de la micro donde viajaba, que llegó tarde a su trabajo, habría dicho lo mismo? –Ahora sí está perfecto el cerro-. O –bien, esto es así, hay que aceptarlo-. Quizá esta última respuesta habría sido más sensata, más sabia. ¿Y el jardinero? ¿qué creen que hizo tras ver su trabajo de horas destrozado? El jardinero, en cambio, y acaso por estar más cercano a la naturaleza –los que nos relacionamos casi exclusivamente con el cemento de la ciudad no-, dedicó unos segundos para mirar de dónde vino la rama que arruinó su trabajo, luego, con el rostro impasible todavía, lo mismo como hubiera hecho un griego piadoso de la época de Hesíodo, tomó su rastrillo y comenzó todo de nuevo.






1 El hecho que la tecnología actual sea casi totalmente digital no implica que lo mecánico carezca de valor incluso para la metáfora. No hay que olvidar que en el film de la obra que mencionaré más adelante, (“2001 Odisea del espacio”) el protagonista vence a la computadora más avanzada con un simple destornillador. Lo mecánico no deja de tener sentido.

2 Aunque algunos han señalado que la sigla no sería otra cosa sino un remedo de la IBM, sólo que retrocediendo en cada letra un lugar en la gradación alfabética.

3 Esto me recuerda la frase de B. Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.

4 En esa oportunidad el puntaje total fue a favor de Kasparov por 4-2.

5 Sobre la aplicación de esta mentalidad en el evento histórico, mal llamado “descubrimiento de América”, se puede consultar una preciosa obra de Edmundo O´Gorman titulada “La invención de América”. Señala en una parte: “Los viajes de Colón no fueron, no podían ser viajes a América, porque la interpretación del pasado no tiene, no puede tener, como las leyes justas, efectos retroactivos.”